lunes, 9 de noviembre de 2009

Más allá de lo que alcanzan nuestras manos.

Con la respiración entrecortada miré a ambos lados del pasillo sabiendo que la cosa no había acabado. Me di cuenta de como mi brazo sangraba cada vez más y decidí arrancar un trozo de tela de unas cortinas desgarradas que había a mi derecha para intentar parar la hemorragia. Agarré con fuerza la unica arma de la que disponía -un bastón negro, largo y muy duro de hierro- y me dirigí hacía la siguiente esquina espectante. Oí ruidos provinientes de detrás de una mesa caída. Me acerqué silenciosamente hasta ella y miré conteniendo la respiración. Una niña pequeña estaba acurrucada, agarrandose las piernas y sollozando silenciosamente. Suspiré aliviada. La niña se giró para mirarme y me di cuenta de que las cuencas de sus ojos estaban vacías. Sonreí. Era solo un robot. Oí otro sonido a mi espalda y me giré rapidamente blandiendo mi arma. Mi sonrisa se hizo más amplia al comprobar que era uno de ellos. Le golpeé en la cabeza con la barra y, aprobechando su atudimiento, le pegué una patada en el estomago. La ropa elegida para esta ocasión me era realmente comoda -un mono de cuero ajustado que permitia perfectamente cualquiera de mis movimientos- y la coleta alta que conseguia quitarme el pelo de la cara. Mi oponente dio unos pasos hacía atrás y me hizo una mueca parecida a una sonrisa. Volví a golpearle en la tripa con el pie, esquivando con habilidad su puño derecho, que iba directo a mi cara. Le rematé con un par de golpes más en la nuca con mi barra de hierro y cayó al suelo, muerto. Volví a sonreir y me senté en el suelo, agotada. Las luces se encendieron de repente. Me puse de pie y me dirigí hasta la salida más cercana.

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