sábado, 1 de agosto de 2009

Si das vueltas muy rápido, te marearás.

(O de como el pequeño Montesquieu me contó sus inicios de viaje.)


La resuelta voz de Montesquieu inundó todos mis sentidos. Me contó que, al parecer, mis padres no podían verle y que la gran mayoria de la gente del aeropuerto tampoco podía hacerlo. Me habó cómo llegó a mi mochila, de su viaje a New york y de qué estaba haciendo en la Tierra. También me contó como era Ninguna Parte y como vivía antes con sus padres. Me contó que en Ninguna Parte cultivan algodón de azucar y beben zumo de cereza.Y así, él hablando y yo escuchando, nos pasamos todo el viaje en taxi. Mis padres estaban absortos en su conversacion y yo miraba como absorta el paisaje, pero en realidad miraba fijamente a Montesquieu que estaba sentado en el borde de la ventana. De pronto pegó un salto y se posó sobre mi regazo.

-Perdoneme, Zelah, pero temo por mi integridad física, dado que el viento me puede zarandear.

Yo asentí sonriente. No podía contestar a nada, o mis padres me preguntarian. Llegamos a mi casa, un chalet situado en las afueras de Madrid, y bajamos las maletas. Por señas, le aconsejé que se metiera de nuevo en el bolsillo izquierdo y, en cuanto lo hubo hecho, lo cerré dejando solo un hueco para que respirara. Entré la primera en casa y subí a mi habitación. Rápidamente abrí la mochila y le dejé salir con cuidado.

-Cielos, creo que me he mareado.- Dijo poniendose la mano en la frente

-Esque si das vueltas en el coche, lo más normal es que te mareés.

-Mas, ¡Yo no hice tal cosa!

-Tu no-Dije soltando una carcajada- Pero mi mochila y yo si.

Rebusqué en mis cajones y di con lo que quería rápidamente.

-Mira.- Le tendí una camara de fotos digital antigua que ya no usaba puesto que me habian regalado una profesional.- Esto es para ti. Así podrás hacerle fotos a todos los sitios que visites. Cuidala bien.

-¡Oh! ¡Mil gracias, señorita Zelah! Le estaré eternamente agradecido.- Contestó con una sonrisa.

-De nada.- Sonreí también.- Y ahora, busquemos un sitio para que duermas.

-Me agradaría mucho dormir en el jardín, si puede ser, claro.

-Por supuesto. Ven.

Nos dirigimos escaleras abajo y enseguida llegamos al jardín. Me acerqué a las macetas más alejadas de la puerta y se las mostré.

-¿Que te parece este sitio?

-Realmente perfecto. Muchisimas gracias, Zelah.

-¿Estarás bien aqui?

-Claro.- Y sacó una foto al rincón de las macetas.

-Buenas noches entonces.- Dije ya en la puerta.

-Buenas noches.-

Se acomodó placidamente entre dos macetas grandes y se quedó dormido. Y así es como el pequeño Montesquieu empezó a vivir conmigo. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu.

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