jueves, 3 de diciembre de 2009

Luciérnagas de felicidad

-Sinceramente creo, señorita- dijo inclinandose hacia ella- que es peor el remedio que la enfermedad.- Las manos nerviosas de su acompañante se introdujeron en una pequeña maleta de cuero ajado.- Asique, ¿porqué no me pone las cosas fáciles, se toma una cucharadita de este veneno y nos dejamos de tonterias?
Ella sonrió sarcásticamente.
-¿En serio se piensa usted que soy tan estupida? Si hubiera atendido mínimamente a mis delicados movimientos sabria que, dentro de mi guante, tengo este pequeño bote con cierta sustancia y que le maté hace diez minutos.

Los ojos de él se abrieron rápidamente, recorriendo con la mirada primero a la chica y más tarde la taza donde quedaban algunos posos de té. Subitamente, se llevó ambas manos al cuello y sus labios se amorataron. Unos segundos más tarde estaba rígido, tendido en el suelo. Veronica agarró con delicadeza la pequeña campana dorada que habia sobre la mesa de té y llamó a su criado. Éste apareció diligente y, sin mirarla, agarró de la pierna el cadaver y lo llevó hasta la cocina, de la cual llegaba un ligero aroma a caldo en su punto, preparado para verter en él la carne del asado.

2 comentarios:

Dara dijo...

Qué hambre, mmm...


miau
con
caperuza
azul

Débora Sandoval dijo...

eLlOoO you!
primera vez pasando x aki!
NiIiiIce Blog!
me enknto el titulo, luciernagas de felicidad, y un escrito adorable!

saludos

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