miércoles, 2 de junio de 2010

Un detalle muy generoso por tu parte.

El cielo de Estocolmo estaba gris esa mañana. Gris... perla para ser más exactos. Debería estar estudiando, ¿no?. Bah, otro día. Volvió a centrar su atención en la ventana. Siempre le había gustado esa cuidad. Menos por una cosa. No tenian cerezas.
Dos años antes.
Belinda se acercó el frutero. Apoyó los codos en la encimera de la cocina y le sonrió. Esa sonrisa que tanto le gusta. Alargó la mano y cogió una de las cerezas por el rabo. Se la llevó a los labios y la mordió. Un líquido color granate resbaló por su comisura. Se lo quitó sensualmente con la lengua.
-¿Sabes? Las cerezas son mi fruta favorita.
Él la miró. ¿Entre deseo y curiosidad? Si, esa era la mirada.
-Que pasa, Carlos. ¿No quieres?- Le tendió el bol.
-Quiero otra cosa, y lo sabes.
Rodeó el mueble y se puso a su lado. Podía oler su perfume. Su melena negra le caia por la espalda, lisa y muy oscura. Ella dió un paso hacia atrás.
-¿Qué pretendes?- Le sonrió. Colocó la mano sobre la encimera. A su lado había un filete de ternera crudo puesto sobre una tabla de madera. Junto a él, un enorme cuchillo de carnicero. Acarició el mango.
-Me vas a decir que no te apetece.
-¿El qué? Oh, venga, no te andes con evasivas. Sabes que a mi eso no me gusta.
Se acercó más a ella. Sus labios estaban separados por algunos centimetros. Peligrosamente cerca.
-Quiero follarte, Belinda.- Fue casi un susurro. Ella sonrió. Él la besó con ansia. Ella agarró el cuchillo. Él la atrajo hacia sí poniendole la mano en la espalda. Ella le empujó hacia atrás. Le enseño el cuchillo. Sonrió. Le brillaban los ojos. Una puñalada en el estomago. Sacó el cuchillo ensangrentado. Una puñalada en el hombro. Volvió a sacarlo. Otra en el pecho. Le empujó de nuevo y se desplomó.
-Lo siento, no me apetece.
Se acercó la punta ensangrentada del cuchillo a la lengua. La sangre estaba caliente. Y deliciosa. Cogió un trapo. Limpió todo el acusador líquido rojo de la hoja. Miró al suelo, puso cara de preocupació.
-Ahora mancharás todas las baldosas, idiota.

Si, definitivamente, en Estocolmo lo único que faltan son las cerezas.

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