miércoles, 11 de agosto de 2010

No es que yo dejara de intentarlo.

En realidad, ella nunca fue mia. Los domingos por la tarde nos veíamos en el banco de siempre, a la hora de siempre. Con su puntualidad inglesa me la encontraba con las piernas cruzadas fumando un cigarrillo. Me decía que yo tenía la culpa de eso, que empezó a fumar porque le recordaba al sabor de mis labios. Yo la decía que no eran más que tonterías y entonces ella me miraba con los ojos entrecerrados, con esas pestañas suyas tan negras. Los viernes se quedaba a dormir a mi casa y follabamos en mi cama. Y en la cocina. Y sobre el escritorio. De vez en cuando, también en el salón. Y luego, por la mañana, en la ducha. Nunca he disfrutado el sexo tanto como lo hice en esa época. Ahora ella no está y yo no puedo dejar de preguntarme que hice mal.

1 comentarios:

Smily dijo...

Como siempre, fascinante ;)
No sé cómo haces para darle ese toque genialoso a todas tus historias :)
Por cierto, aquella que escribiste para un concurso sobre una niña de África... ¿qué pasó al final?

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