domingo, 21 de junio de 2009

And all the letters that I have never send


Abre la puerta, entra en la habitación. Sobre la mesa, un cuaderno morado. Lo coje, lo examina, parece estar intacto. Coje un boligrafo del cajón y empieza a escribir. Escribe sobre lo miserable de su vida. Escribe sobre sus errores y desdichas. Escribe aunque sabe que nadie lo llegará a leer nunca. Con lagrimas en los ojos, deja el boli. Suspira profundamente y tirando el cuaderno a un lado se tumba en la cama. Cierra los ojos. Todo es negro. Vuelve a suspirar. Oye un ruido. Se incorpora abriendo los ojos. Se acerca a la puerta y la abre. Saca la cabeza para observar y al no ver nada se dirije al salón. Allí, sobre el sofá, llacen sus esperanzas, deseos, sueños. Todos concentrados en una persona, un chico. Su hermano está en la sala. Sale por la puerta de entrada para dejarles intimidad. Sin decir una palabra, el chico se pone en pie. Se acerca y se queda parado. La mira. No puede dejar de mirarla. La abraza lentamente, por miedo a su reacción. Ella se deja hacer. Pasan los minutos. Ella tiene los brazos caidos, no le abraza. Él se aparta al notarlo. La mira a los ojos. La pregunta qué la pasa. Ella no contesta. La mira. Está llorando. La suelta del todo y da un paso hacia atrás. Ella sigue mirando hacia abajo. Él la limpia una lagrima que cae por su mejilla. Ella da un paso adelante. Sus caras están cerca, muy cerca. Poco a poco. Ella le besa. O él le besa a ella, eso no importa. Se funden en un largo beso que dura varios minutos. Finalmente ella se separa de él. Da un paso hacia atras y le pega un tortazo. Él se lleva la mano hacia la mejilla dolorida. Ella se da la vuelta y se mete en su habitación, cerrando la puerta dando un fuerte golpe. Cuando oye la puerta de la calle cerrandose, se tumba en la cama y se pone a llorar.

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