miércoles, 24 de junio de 2009

No quiero un final feliz

Romeo y Julieta se suicidaron juntos, al ver que uno moría, el otro no podía continuar viviendo. Es facil verlo así. Cualquier persona enamorada piensa que su vida acabará cuando acabe la de su amado. Punto. Nada más después. En mi caso es distinto. Si la persona a la que amas es tu vida y tu vida muere, ¿Eso en qué te convierte? Tu cuerpo sigue vivo. Sigues necesitando comer. Sigues necesitando dormir. Pero aun así no vives. Es como estar en un plano paralelo a la realidad, en el que tienes que comportarte como un ser humano pero caminas por la vida como un muerto.
Él se fue de mi lado hace ya dos semanas. Una noche de fiesta, unas pastillas que no habíamos probado nunca y un golpe de calor en medio de una fiesta. Entró en coma, y a las dos horas se le paró el corazón. Yo estuve a su lado todo el tiempo. Las dos fatídicas horas en la cama del hospital y los 20 peores minutos de mi vida en el camino en ambulancia. El cerró los ojos para siempre a las 2:33 de la noche de un sabado del principio de verano. Y yo con él empezé a morir por dentro. Él se llevó mi vida, nada podia cambiar lo sucedido. Yo fui quien le animó a tomarse esas pastillas alegando que mi amigo las había tomado y no había pasado nada, como dicen todos. Nos lo pasaremos mejor, le dije, no hay peligro. Ahora él a muerto. Y su muerte pesa sobre mi conciencia. La persona a la que amas muere, tu mueres. Se acabó. Por lo menos para mi. En mi casa no había lo que necesitaba pero en casa de mi abuela había una armario lleno de medicinas y pastillas dispuestas a proporcionarme una muerte rápida y sin dolor. Esparcí todas las botellas a rebosar de diferentes tipos de pastillas y cogí los tres botes que me serian utiles. Me encerré en la habitación que antes era de mi padre y me tumbé en la cama. En la mesilla de noche había dejado un vaso de agua para ayudarme a tragar las pastillas. Tomé una, dos, tres, cuatro... Perdí la cuenta de cuantas me había metido a la boca. Cogí el vaso de agua y pegué un trago largo. Me tumbé en la cama esperando esa muerte dulce que promete una sobredosis de pastillas. Cerré los ojos. Quizá si me quedaba dormida acabaria antes y no me daría cuenta. Empezé a pensar que seguramente él me estaria esperando al otro lado. Y así, poco a poco, me quedé dormida, pensando en lo bonita que era mi historia, igual que la de Romeo y Julieta.

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