jueves, 30 de julio de 2009

El pequeño Montesquieu

Montesquieu no es algo que se pueda apreciar fácilmente con los ojos. Solo si eres una persona de corazón realmente puro podrás conocer a Montesquieu. Pero, no adelantemos acontecimientos. Empecemos por el principio.
Montesquieu no es una persona. Tampoco es un duende. Ni un gnomo. Ni ningún tipo de ser imaginario en el que puedas pensar. Montesquieu es un pequeño ser sin nombre. Nació en la noche de Año nuevo en Ninguna Parte. Ninguna Parte es un adorable comarca situada en las nubes. Allí no existe el mal y la comida más típica es el algodón de azucar. Todos conocen a todos, las fiestas se celebran por todo lo alto y se bebe zumo de cereza. Los padres de Montesquieu eran dos agricultores. En las tierras de Ninguna Parte el cultivo de algodón de azucar es una parte muy importante de la economía. Si no, ¿De dónde pensabais que venían tales cantidades de ese riquisimo dulce? Pues de Ninguna Parte, por supuesto. Bueno, volviendo a nuestra historia. Los padres de Montesquieu le llamaron así por dos motivos. Primero, eran unos lectores empedernidos, y a Luzmila, su madre, le apasionaba el tema de las leyes humanas. El autor que llevaba el mismo nombre que su hijo fue el primer impulsor de la separación de poderes. También, era un filósofo ilustrado que abrió los ojos de muchos con sus novedosas ideas y eso era muy importante para ambos. La otra razón era que simplemente, les gustó la idea de usar un apellido como nombre y más, si era francés.
La infancia de Montesquieu no fue fácil. Pero tampoco fue difícil. Fue una infancia normal y corriente, en la que se tienen amigos y enemigos. En la que hay gente con la que compartes tu bocadillo y hay gente que te lo quita por la fuerza. Cuando llegó su adolescencia sus padres decidieron que se habían cansado de Ninguna Parte y empezaron a viajar por el mundo, dejando a Montesquieu con su abuela. Ésta, entre la sordera y la ingenuidad propia de todas las abuelas, le permitia cuanquier cosa, por lo que el joven Montesquieu empezó a revolucionarse, eso si, sin despistarse en sus estudios. Cuando terminó su etapa educativa decidió seguir el ejemplo de sus padres y ponerse a viajar. Y viajando es como conocí a Montesquieu. Del tamaño de un cepillo del pelo y vestido con un abrigo verde hasta los pies, portaba una maleta de cuero desgastado con pegatinas, entre las cuales destacaba una bastante grande en la que ponía "I Love NY". En estos momentos, se aloja entre las plantas de mi jardín y aun les escribe cartas a sus mejores amigos. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu.

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