miércoles, 29 de julio de 2009

Efímeros golpes del destino trazados en papel

Había una vez una niña llamada Carlota. Esta niña tenía el cabello dorado como los rayos del sol y las mejillas sonrosadas del color de las manzanas maduras. Vivía con sus padres en una casa junto a la montaña. No tenía amigos. Tampoco los necesitaba. Sus amigos eran los libros. Vivía con sus personajes, disfrutaba sus historias y los releia una y otra vez. Pero en la vida de Carlota no todo era de color de rosa. Estaba enferma. Sus padres, que no eran aficionados a la medicina moderna, no querian llevarla a un medico. Por eso la vida de Carlota se consumía poco a poco. Pero ella, seguía con sus libros, como si viviera en un universo paralelo en el que nada malo podría pasar. Un día Carlota decidió explorar nuevos lugares para pasar la tarde. Caminó un buen rato hasta encontrarse con un enorme sauce llorón. Era una pradera muy iluminada. Las plantas crecían silvestres y hacía un clima agradable. Y justo en frente del sauce había un espantapajaros. Estaba vestido con un peto vaquero de color azul y tenía el pelo hecho de lana. Pero lo más sorprendente de este espantapajaros era que su mano derecha brillaba especialmente. Carlota se acercó a observarlo. La extremidad del muñeco estaba hecha de cristal. Un cristal transparente y aparentemente nuevo. Se quedó impresionada con ese nuevo descubrimiento y a partir de ese día, decidió que ese sería su nuevo lugar para leer. Todas las tardes cogía un libro y se despedía de sus padres para irse a sentar bajo el sauce y frente al espantapajaros. Carlota disfrutaba del brillo del espantapajaros de cristal y, de vez en cuando apartaba la vista de su libro para mirarle mientras le sonreia. Así empezaron a pasar los dias. Y los meses. Hasta la llegada del imvierno. La fria nieve cubrió el prado del espantapajaros de cristal con un manto blanco, pero eso no fue motivo para que Carlota dejara de visitar cada día a su amigo para compartir con él sus aventuras y la de sus personajes favoritos. El invierno también trajo consigo el agravamiento de la enfermedad de Carlota. Pero ella, persistentemente, seguía llendo cada día a verle. En el prado del sauce solo se escuchaba el sonido de las hojas del libro de Carlota al pasar y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal. La pequeña empeoraba día a día. Sus padres empezaron a preocuparse y la prohibieron salir de casa. Pero ella hizo caso omiso a sus advertencias y siguió yendo a leer junto al espantapajaros. Hasta el día en el que Carlota no volvió a casa. Sus padres estaban muy preocupados, ella nunca era impuntual. Salieron a buscarla durante toda la noche. La hayaron recostada sobre el espantapajaros con un libro entre las manos. Tenía los ojos cerrados y la piel muy fria y palida. Pero en sus labios se podía apreciar una sonrisa. Y como último acto en vida, con una de sus pequeñas manos, sujetaba la del espantapajaros hecha de cristal. A partir de ese momento nadíe volvió a visitar el prado del sauce. Pero aun se dice que si te sientas bajo el árbol y cierras los ojos puedes escuchar el sonido de las páginas del libro de Carlota y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal.

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