domingo, 26 de julio de 2009

Repartir el amor, retrasar el momento de irnos

Estaba sentada en el jardín delantero mirando a la calle espectante. Eran las once de la noche y sentia que debia irse a quitar las lentillas, ya que los ojos empezaban a molestarla. Pero nada ni nadie iba a conseguir moverla de su silla color amarillo. El viento agitaba sus cabellos rubios y su vestido a un compás poco constante. La brisa iba y venía. Junto a ella pasó un pequeño gatito negro y se paró a mirarla. Ella apenas le prestó atención. Dentro de casa se podía oir a su familia en medio de una animada cena. Pronto llegaria su madre para decirla que era hora de entrar y la arruinaria su clima de tranquilidad. Tenia puesto de fondo un disco de música calmada, lo mejor para relajarse. Y a su lado, en una mesita, estaba su móvil. Estaba esperando una contestación, por supuesto. Solo cuando estaba esperando algo lo tenia cerca y con el sonido puesto. Esta vez era importante, por lo menos a su parecer. Solo hacía dos meses que habia conocido a ese chico, pero... Era especial. Era distinto. Su forma de ser, inigualable. Con tan solo tres frases escritas por él, conseguia sonsacarla una sonrisa. Algo que muchos anelaban con ansia, él lo conseguia sin ningún esfuerzo e incluso, por messenger. Ella le había mandado un mensaje hacía ya unas horas, y él aun no había dado señales de vida. Su preocupación iba en aumento. ¿Sería que no le interesaba lo más mínimo?¿Le habría pasado algo? Todo tipo de cuestiones poblaban su cabeza y cuanto más pensaba, peor se ponian las cosas. Suspiró profundamente y decidió hacer algo que siempre la relajaba: ponerse a escribir. Relatar con sus palabras lo que la rodeaba, moldearlo, darle forma a su antojo hasta quedar satisfecha con el resultado. La espera se estaba haciendo interminable. Se preguntó a si misma a que venia tal espectación por ese chico en especial. Sus amigas opinaban que era muy “mono” pero ella veia que era algo más que eso. No era del tipo de personas que se enamoran platonicamente nada más ver a un chico. Ellos dos llevaban hablando algún tiempo. Pero ella había sido la encargada de hacer que la prestara atención. Seguramente si no hubiera empezado a hablarle, él ni siquiera se hubiera percatado de su existencia. Pero, a pesar de todo, y de no conocerle lo suficiente, tenía una extrañisimas ganas de besarle. Y de tocarle. Y de que la abrazara. Daría lo que fuera por tenerle a su lado, ver su sonrisa y hacer que ella sintiera la felicidad que siempre la inundaba cuando hablaban. Volvió a suspirar e intentó concentrarse en su escrito. Se dio cuenta de que apenas había garabateado unas palabras desacompasadas y sin sentido. De la misma manera que pensaba que era extraña la sensación de querer besarle, le parecia extraña esa senasción de añoranza que tenía hacía él. Miró al móvil. Las once y media. Y ella había mandado el mensaje a las cinco. Siguió esperando y escribiendo, con esperanza de que más tarde o más temprano, tendría noticias suyas.

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