En la puerta del bar, apoyado junto a una columna negra, había un chico al que conocía de vista. Conflictivo, por encima de todos, sabía como encontrar problemas donde no los había. Pestañeé un par de veces y capté su atención. Iba ataviado con un abrigo negro hasta los pies y una bufanda del mismo color. Mis medias rotas y mi atuendo denotaban la necesidad por mi parte de llamar la atención. Su pelo era del color del cabón y su piel, pálida, destacaba por encima de todo. Descaradamente, me acerqué mucho a él y le acaricié la barbilla con el dedo indice. Con una sonrisa divertida, me agarró por la cintura y me condujo hacía la salida, donde nos esperaba su gigantesca moto.
viernes, 2 de octubre de 2009
La sonrisa del desenfreno.
Me apreté el ceñido corsé negro y suspiré alisandome la minifalda. Necesitaba algo más. Emoción, aventura, diversión sin límites. Esa sensación que hace que la garganta sepa a hielo y los ojos se te abran como platos. Y que esa sonrisa tímida asome de mis carnosos labios, la sonrisa del desenfreno. Miré al chico que estaba sentado a mi lado y resoplé de aburrimiento. Me levanté sin hacerle ningún caso y me fuí, dejandole perplejo y en el sitio. Necesitaba emociones fuertes.
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Montañas de historias sin nombre.
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1 comentarios:
Y después un montón de kilómetros pisados por las ruedas de la moto.
Un muás!
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