martes, 3 de agosto de 2010

Don't stop believing.

Metió todo lo que iba a necesitar en su maleta con ruedas. Dos pares de pantalones cortos, varias camisetas, la bolsa de aseo, una chaqueta negra, dos pares de converse, un libro y su osito de peluche marrón. Se guardó el cargador del movil y rebuscó en el armario hasta encontrar un pequeño bolso de cuero. Cogió su hucha con forma de Big Ben y sacó todo lo que había. Guardó el monedero, las llaves, el movil y el ipod. Se puso su sudadera gris favorita y salió a la calle. Su casa no estaba lejos de la estación. Cinco minutos más tarde ya se oía el repiqueteo de los trenes al pasar por las vias. Compró un billete barato, sin saber a donde iba y se sentó en un banco vacío en el andén.

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Tenía la mochila preparada desde hacía dos dias, asique solo tuvo que guardarse la cartera y el movil en los bolsillos del pantalón. Abrió la puerta de su habitación muy despacio. Sus padres estaban durmiendo y si los despertaba todo se iría al garete. El taxi que había pedido le estaba esperando en la puerta. Media hora más tarde, se bajó de él en la puerta de la estación de trenes. Pagó al conductor y sacó sus cosas. Miró la lista de salidas y eligió uno al azar. Compró el billete y fue al andén número nueve.

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La noche era mucho más oscura de lo que pensaba, pero se veía la luna en cuarto creciente aparecer entre las nubes. El tren llegó a la estación haciendo ruido y levantado algo de aire. Se puso de pie y se acercó a la puerta más cercana. Un chico apretó el botón antes que ella y la dejó entrar primero. Buscó un sitio apartado. Dejó la maleta a su lado y se colocó en un asiento al lado de la ventana, apoyando los pies en el asiento delantero. Se puso los cascos y empezó a mirar el paisaje tranquilamente. Notó un ruido cerca de ella. El mismo chico que la había abierto la puerta se habia sentado justo enfrente. La miró con una sonrisa.


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El tren no tardó mucho en llegar. Se acerquó a la puerta y dio al botón. Una chica estaba a su lado y la dejó pasar primero. Disfrutó de las vistas del bonito culo que le hacían los vaqueros ajustados mientras subía los dos escalones. Entró en el compartimento de la izquierda y él la siguió. Vio como se sentaba con mal humor. Se colocó justo enfrente. Quizá podría amenizarle el viaje.

-Hola.
Levantó la cabeza para mirarle. Atónita abrió un poco la boca.
-Hola.
-Soy Hector.- La sonrió amablemente.
-Yo Ariel.
-Oh, vaya.- soltó una carcajada.- ¡Como la sirenita!
Ariel resopló y volvió a mirar a la ventana.
-Y, ¿donde vas?

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No iba a aguantar mucho más tiempo a ese chico. Necesitaba estar sola y poder pensar tranquilamente.
-A ningún sitio.

Pretendía que su voz sonara arisca y cortante. Volvió a mirar por la ventana. La luna sonreía desde el cielo. Se habían alejado lo suficiente de la ciudad como para poder sentirse segura. Él seguia mirandola.

-Vale, iré contigo.

Giró la cabeza y le miró a la cara.

-¿Qué?

-Si. Lo que oyes. Iré contigo.
Suspiró.

-Eres desesperante, tío.

Empezó a reirse.

-Me lo dicen siempre, nena.

Puso los ojos en blanco e intentó concentrarse en la música.

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Tenía un pelo bonito. Y su sonrisa no se quedaba atrás. Estaba empezando a gustarle demasiado el gesto contrariado de esa chica. Decidió seguir en silencio hasta que se calmaran un poco más las cosas. Se recostó en el asiento y simplemente esperó.

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¿Por qué no? El chico parecía agradable y mejor que estar sola...
-Está bien. ¿Dónde quieres que nos bajemos?
La miró de nuevo con esa sonrisa.

-Veo que has cedido.

-Prefiero viajar con un idiota a viajar sola, qué quieres que te diga.
Soltó una carcajada.
-Está bien. ¿Dos paradas más?

-Vale.

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Dejaron atrás las dos estaciones en silencio. Cuando se acercaban a la siguiente se puso de pie.
-¿Vamos?
Ella asintió con la cabeza.
-Vamos.
Recogieron sus cosas y bajaron. Nadie más había elegido esa parada. La estación estaba desierta. Salieron sin prisas, recorriendo todos los corredores. Cuando llegaron a la puerta se paró para contemplar la calle. Era un pueblo aparentemente tranquilo. Pasearon por un boulevard iluminado por algunas farolas. Sus sombras se proyectaban sobre la acera. Se giró hacía Ariel con una sonrisa.
-¿No tienes sed? Te invito a algo.
-Me parece bien.-Le devolvió la sonrisa.


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Cada vez se le hacía más facil caminar junto a Hector en silencio. Accedió a ir con el a algún bar a tomar una copa. Por lo menos así no iba sola. Llegaron a un pequeño antro (el único que encontraron abierto) y entraron en una sala con las paredes rojas. Había varias mesas ocupadas por fumadores solitarios. Al final de la barra, en un pequeño escenario, una chica cantaba un blues. Se sentaron en una mesa y pidieron dos bebidas. Se la bebió de un trago. El licor se le subió pronto a la cabeza. Hecto empezó a hablar de cosas sin sentido. Ella se reía. Él también. Estaban cada vez más cerca el uno del otro. Pidieron dos vasos más, esta vez, Ariel invitaba. Era divertido poder compartir sonrisas con un estraño.
-Y, ¿porque te fuiste de casa?
Dejó de reir. Suspiró y una sonrisa triste se le dibujó en la cara.
-Problemas. No puedo volver. ¿Y tú?
-Yo... dificil. Discusiones tontas. Un chico. La presion de mis padres. No podía más. Pero creo que debería volver.


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Volver. Esa palabra hizo que un escalofrio le recorriera por todo el cuerpo.
-Quédate esta noche.
-¿Donde?
-Conmigo.
Recogieron sus cosas.
-Seguro que encontramos un sitio barato.
-Para.- Ariel le miró.- Ven.
Le agarró de la camiseta y le atrajo hacia ella. Tenian los labios a menos de un centímetro.
-Vamos. Atrévete.
Hector la besó. Fue un beso lento y apasionado. Bajaron la calle de la mano y entraron a un motel.


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Abrió los ojos, le dolía la cabeza. Estaba tapada con una manta azul oscuro en una cama que no era la suya. En un momento lo recordó todo. La discusión en casa. El tren. Hector.
-¿Hector?
Se levantó de la cama. Estaba completamente desnuda. Buscó su ropa interior y vio que estaba perfectamente doblada encima de una silla, junto a su camiseta, sus vaqueros y la sudadera. Encima había un sobre. Se vistió y cuando hubo terminado, abrió el sobre. Dentro había un billete de tren de vuelta a casa y en el reverso un post-it.

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Se levantó de madrugada, como tenía previsto. Miró a Ariel, que se había dormido desnuda a su lado. La tapó y se vistió. Dejó toda la ropa que iba encontrando bien doblada en una silla. Bajó a la estación y compró dos billetes. Uno para él, con solo media hora de margen y otro para Ariel, para por la tarde, de vuelta a casa. Él iría en dirección contraria. Volvió a entrar en la habitación que habían compartido y dejó el billete dentro de un sobre, sobre su ropa. Sacó de su maleta el bloc de post-it que siempre llevaba encima y cogió prestado un boligrafo de encima de una mesa. Empezó a escribir.

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Aquí tienes el billete de vuelta, cortesía de la casa. Vuelve. Sigue como antes. Nadie tendrá en cuenta esta noche. Será nuestro secreto. Gracias por todo lo que me has hecho sentir en unas horas. Gracias por compartirlas conmigo. Te prometo que no dejaré de creer en mi. Te deseo toda la suerte del mundo. Nos vemos.

Hector.

Un secreto. Su secreto. El de los dos. Nunca dejarían de creer.




1 comentarios:

Xikaakira dijo...

Una muy buena historia.
Te sigo

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