lunes, 22 de junio de 2009

Hoy todo lo demás es lo de menos.

No podía dar un paso más. Me derrumbé en el suelo de rodillas y cerré los ojos. Estaba demasiado lejos. Era una meta inalcanzble. Abrí los ojos y me puse la mano derecha a modo de visera para mirar hacia el horizonte. Estaba anocheciendo. Siempre me había gustado ver esta escena desde la buardilla de mi casa. Pero no iba a volver a verla, no al menos desde allí.
Respiré profundamente. Debía llegar. Era una promesa y las promesas deben cumplirse. A duras penas me puse de pie. Di un paso, otro y así hasta que perdí la cuenta de cuantos llevaba ya. Cada vez hacía menos calor. Y la oscuridad me envolvia progresivamente. Seguí caminando. En mi cabeza solo había sitio para una idea: debo llegar, debo llegar. Casi sin darme cuenta, pasó a mi lado un coche. En el, un hombre de unos 50 años, moreno y con buena pinta. Tenía algunas entradas y unas profundas arrugas surcaban sus ojos. Parecía cansado. El coche se detubo a mi lado y el hombre me miró con cara incredula.
-Una muchacha como tu no debe andar sola por estos sitios, y menos cuando está empezando a anochecer. ¿ Quieres subir?
Asentí con la cabeza y le di las gracias. Cuando me preguntó dónde iba yo le contesté secamente:
-Al cementerio.
-Por cierto, ¿Cómo te llamas?
-Andrea, Andrea De La Vega.
-Yo soy Julio.
Asentí. El hombre al parecer no era muy hablador. Hicimos el recorrido del camino de tierra en silencio.
-¿Te espera alguien en el cementerio?
Me paré a pensar. ¿Me esperaba alguien en realidad?
-Si.
-Bueno, casi hemos llegado ¿Tienes algo que hacer después?
Volví a tardar en contestar.
-Supongo que no.
-Bueno, entonces si quieres te esperaré y cuando acabes te llevo a la ciudad ¿De donde vienes?
-De ninguna parte.
El hombre me miró extrañado y continuó el viaje en silencio. Cuando llegabamos a las puertas del cementerio mi corazón empezó a latir más y más rápido. Ya casi habíamos llegado. Casi había podido cumplir mi promesa. El coche paró y yo me bajé. Fui hacia la berja oxidada y me paré antes de abrirla. Con cuidado fui abriendola poco a poco y entré. Caminé entre lapidas buscando una en especial. La segunda calle hacía la izquierda, la cuarta lapida. Cuando llegué no me lo podia creer. Estaba allí. Estaba cumpliendo mi promesa. Oí un ruido detrás de mi. Me di la vuelta apresuradamente. Allí estaba quien me esperaba. Era un chico alto, muy guapo, moreno y de piel muy blanca. Me acerqué a el y abrió los brazos para abrazarme. Empezé a llorar en su pecho. Levanté la cara. Le besé, primero despacio, luego cada vez más apasionadamente. Finalmente nos separamos. Me dió la mano y caminamos juntos hacia la tumba. Nos tumbamos juntos sobre ella. Apoyandome en su pecho cerré los ojos hasta quedarme dormida.

Al ver que no regresaba, el hombre salió del coche y entró en el cementerio en busca de Andrea. Oyó unas pisadas. Se dirigió hacia ese sonido. Se detubo en una tumba en la que había unas flores de vivos colores, blancas y rojas. En la lapida había dos nombres: Victor Fuentes y Andrea De La Vega.

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