domingo, 26 de julio de 2009

Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos

Estaba anocheciendo y el cielo estaba de un extraño tono rojizo. A lo lejos pude apreciar las sombras que proyectaba el muelle. Y entre esas sombras, la figura de un chico de más o menos mi edad. Apreté el paso al darme cuenta de que me estaba retrasando demasiado. Llegué junto a él unos minutos después. Estaba esperandome espectante. Llevaba puesto unos pantalones de color gris, una camisa blanca remangada hasta los codos y unos tirantes azules. Tampoco necesitaba nada más. Yo me había puesto uno de mis vestidos favoritos. Era blanco, con un borde de color amarillo en el cuello y en la parte de abajo. También había elegido uno de mis sombreros más preciados, ya que me lo había regalado mi padre, que había muerto hacía dos años. Era de ala ancha, y hecho de paja. El chico me miró espectante al darse cuenta de que no me acercaba. Tenía entre las manos una soga atada a un pequeño bote que estaba amarrado al muelle. Di un paso hacía delante. Él me miró con una sonrisa en los labios y me tendió la mano. “Lo siento” murmuré. Retiró la mano. Me miró interrogante. “No puedo”. Suspiró. “No puedo”, repetí. “Ven” me dijo volviendo a tenderme la mano. “Lo siento”, volví a murmurar. Me acerqué con paso seguro a él. Sonrió al ver que me había dado por vencida. No sabia lo equivocado que estaba. Le abracé con fuerza y me devolvió el abrazo. Abrí la boca y dejé ver mis afilados colmillos.Un segundo despues se los estaba clavando en la suave carne de su cuello. Mi sombreró se calló hacia atrás por culpa del viento. Succioné toda la sangre que su joven cuerpo contenía y luego le solté. Cayó al suelo como una frágil marioneta. Me alejé del embarcadero cogiendo mi sombrero al pasar. Suspiré. Ya se lo había dicho, lo sentía.

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