lunes, 31 de mayo de 2010

Vespas trucadas.

Iba a casa a toda prisa. Claro, había quedado. Por el camino se colocó la falda del uniforme y se arregló la coleta. Unos chicos sentados en un banco la miraron pasar.
-Tio... ¿has visto que nena?
-Menudos... ojazos.
A pesar de los enormes cascos que la aislaban del mundo exterior escuchó el comentario. Les miró y puso cara de superioridad. Pasó de largo. Sacó las llaves del bolsillo pequeño de la mochila y entró en su portal. Subió al tercero -bien, nadie en casa.- Tiró todas las cosas en el suelo de la habitación, conectó su ipod a los altavoces, puso su canción favorita a todo volumen y se desvistió deprisa, tirando el uniforme encima de la cama. Cantaba a pleno pulmón y se movía al ritmo de la música. Rebuscó en el armario. Un par de vaqueros pitillos muy ajustados, una camiseta blanca de tirantes, su chupa de cuero negra y un par de tacones de aguja del mismo color. Se vistió. Los pantalones la quedaban de vicio. Pegados al culo, menudas caderas le hacian. La delicia de cualquier idiota. Fue al baño, se soltó la coleta y se cepilló la melena rubia. Abrió una pequeña cajita y se puso su piercing -un pequeño aro- en la nariz. Se cardó un poco el pelo, rimel azul, y lista. Se ató una bandana roja al cuello y se metió la camiseta de tirantes por dentro del pantalón. Total. Brutal. Genial. Irresistible. Sonrió a su reflejo en el espejo. Cogió su bolso negro de cuero con cadena. Metió el movil, las llaves, la pistola y el monedero y salió de casa. Su vespa azul estaba aparcada en el garaje. Se montó y salió por la puerta. Cundujo por el centro de la cuidad. El casco se le ceñía ligeramente a las sienes y no la dejaba pensar con claridad. No estaba del todo preparada para eso. Aparcó la vespa cerca del parque. Volvió a ponerse los cascos. Necesitaba aislarse de todo. Se acerco a un banco, al mismo banco que la primera vez. Suspiró. Recuerdos y mas recuerdos. Todo habia cambiado. Ella había cambiado. Se miró a los pies. Su tatuaje del tobillo asomaba entre las tiras de los tacones. Sonrió para sus adentros. Volvió a suspirar. Miró el reloj. Pasaban tres minutos de las seis. Alguien gritó su nombre.
-¡Lina!-se giró.- Llevo media hora llamandote.
Ahí estaba él, esperandola. Con su chupa de cuero llena de cremalleras, subido en la harley negra de su padre. Se puso de pie y se acerco a la moto.
-¡Te la has traido!
-Claro que si. ¿Has visto que belleza?
-Brutal...-dijo acariciando el manillar.
Se sonrieron. Lina subió a la moto, se puso el casco y se agarró a la cintura de Mario.
-Te vas a enterar de lo que es una harley.
Dió gas y salieron a toda máquina, esquivando los coches. Dieron una vuelta por todo el centro de Madrid. Ella iba agarrada a él, con la cabeza apollada en su espalda. Enseguida volvieron al punto de partida, al lado de su vespa aparcada.
-Bueno que, ¿tienes que irte?- la miró suplicante, como si quisiera que se quedase.
-Desgraciadamente, sabes que si.- Sus ojos verdes estaban clavados en los de ella. No podria aguantar mucho esa mirada. Subio a la vespa y encendio el motor. Se coloco el casco y la visera.- Sigueme, anda.
Metio primera y salio del hueco en el que estaba aparcada. Rodeó el parque. Sin prisas, le llevo hasta donde queria. Un callejón oscuro. Paró el motor y dejo la moto a un lado.
-¿Qué se supone que piensas hacer aquí?- Mario la miro con una sonrisa traviesa.
Se bajo de la moto. Lina se acercó y le empujó contra la pared. Buscó su boca, con ansias y le mordio el labio. Tenía una mano apollada en su pecho y con la otra rebuscaba en su bolso. Sacó su nueve milimetros y le encañonó en la sien derecha.
-Lo siento, Mario.
Su rostro de deseo pasó a mostrar un ultimo aliento de pánico. La miró suplicante. Ella respondió con una sonrisa. El disparo sonó en toda la calle. Afortunadamente estaban lo bastante alejados como para no ser descubiertos. El cuerpo de él calló al suelo resbalandose contra la pared. Lina volvió a guardar la pistola en el bolso. Fue hacia la harley, qutó el tapón de la gasolina y dejó que cayera al suelo. Acercó el cadaver de Mario. Se sacó un zippo del bolsillo de la chupa. Prendió la mancha de combustible, que rápidamente empezó a arder. Subió a su vespa, se abrochó el casco y se fue, dejando atrás un terrible olor a goma quemada.

domingo, 30 de mayo de 2010

Like a satellite, I'm in orbit all the way around you.

Estar en tu orbita no es divertido. ¿Qué se supone que se hace en estas ocasiones? Oh, venga... sabes lo que siento. ¿Porque no me dices directamente un No que me rechine en los oidos? Como te gusta hacerme sufrir. Y a mi, como me gusta aguantar tu comportamiento de niño pequeño. Tu y tus "¡Mira lo que vi ayer por la calle, Ce! Me acordé de ti." Y entonces esa sonrisa. Siempre esa maldita sonrisa. Y los ojos verdes. Odiosos ojos verdes. O tus "¿Sabes qué, Ce? Quiero comer." . Y vuelta a la sonrisa. Te odio. Otra vez he incumplido mi promesa.

lunes, 24 de mayo de 2010

Does it look infect?

¿Qué que me pasa? Que eres un idiota. Y que me tienes loca y no se como hacertelo ver. Que cuando sonries se me cae el mundo encima. Vamos, como diría una que yo me se "si esque se te cae todo, Ce". Y que es mirarte a los labios y de verdad, te juro que esto no me había pasado con nadie, me entran unas ganas locas de besarte que casi no puedo contener. Y claro, tu a lo tuyo, discrepción y buenos alimentos. Hasta que me de la vuelta en clase y se crucen tus ojos verdes con los mios. Me pierden esos ojos verdes. Y eso no puede ser. Prometí que no iba a ser así.



Mierda. Se me olvidó un pequeño detalle. Yo nunca cumplo mis promesas.

jueves, 20 de mayo de 2010

Destacas entre las demás, claro.

-¿Pero tu qué clase de princesa eres, que ni siquiera nota un guisante debajo del colchón?
-Una princesa que odia la monarquia.



martes, 18 de mayo de 2010

Función de sentimientos.

Los espectadores van llenando poco a poco la sala. “Por favor, desconecten sus teléfonos móviles y vayan ocupando sus asientos, la función comenzará enseguida”. Se hace un silencio sepulcral… Se abre el telón y se encienden los focos. La figura de un mimo puede distinguirse entre las sombras.

-Buenas noches, damas y caballeros. Puedo suponer que estarán aquí para ver algún tipo de monólogo desternillante o una obra teatral que pueda evadirles por un momento de nuestra cruda realidad. Pero déjenme que les defraude por hoy y sobre todo, presten mucha, muchísima atención a la historia que voy a contarles. ¿Conocen África? Un lugar realmente bonito, la verdad. Cuando era joven pase un verano entero allí, yendo de pueblo en pueblo con un solo cometido: conseguir sacarles una sonrisa a unos niños, que pudiera hacer su vida algo menos miserable. En una de las aldeas conocí a Motcho, una chica de no más de doce años con la responsabilidad y madurez de un adulto. Tenía un brillo de ambición en la mirada que nunca dejó de sorprenderme. Ambición por aprender cosas nuevas y poder llegar a ser algo más en la vida. Ambición por conocer lo que no podía ver desde su casa y por salir de su aldea. Se puede decir que yo, con mis diecisiete años recién cumplidos me enamoré del espíritu de esa niña y es que, dándole clases a ella, era yo quien aprendía más de los dos. Le tenía verdadera admiración. Pasábamos juntos horas enteras, leyendo libros, contándonos historias o simplemente, trabajando en silencio. La pobreza y decadencia de la zona en la que vivía solía entristecerme bastante, pero a su lado todo parecía un poco menos malo, distinto, ajeno a la realidad que nos rodeaba. Motcho solía contarme anécdotas de su día a día en el colegio, cuando el trabajo no le impedía ir. Me hablaba de sus compañeros, de sus profesores y de todas las cosas nuevas que aprendía. Siempre hablaba de una amiga suya, que vivía con una familia acomodada, dentro de las posibilidades del país, claro está. Cuando Motcho pasaba hambre siempre me decía: “Ninette come pollo dos veces a la semana. Yo nunca he probado el pollo.” Verla pasar hambre, soledad o tristeza hacia que se me encogiera el corazón. Tres días antes de mí partida de la aldea empecé a preguntarme qué iba a pasar después. Tenía que volver a España, pero algo esencial me retenía: Motcho. Tampoco tuve mucho tiempo más para dudar. Una mañana mientras íbamos a por agua nos encontramos con una disputa entre dos hombres. Algunos más se habían sumado a la discusión defendiendo a una u otra parte. Todo pasó muy rápido. Se empezaron a repartir palos. Yo intenté prevenir a Motcho, pero era demasiado tarde. Estaba en medio de la pelea. Un hombre la empujó sin querer. Motcho cayó al suelo dándose con una piedra en la cabeza. De repente todo quedó en silencio para mí. Me acerqué a su cuerpo inerte y la cogí. Chorreaba sangre. Me desmayé. Lo primero que vi después del incidente fue una sala bien iluminada. Estaba en mi habitación. Me contaron que Motcho había muerto por un traumatismo craneoencefálico grave, y que la habían diagnosticado el virus del VIH. Muy probablemente la habían violado no hacía mucho. No podían hacer nada ya por ella. Salí a la calle sin saber bien para qué. Fui a su cabaña. Su madre lloraba desconsoladamente tendida en el suelo. Iba a acercarme a ella, pero no me atreví. Me di la vuelta y huí como un cobarde. Corrí hasta el único teléfono de la aldea e hice una llamada. Lo único en lo que podía pensar era en ese momento era en ella… Colgué y me volví a mí cabaña, a hacer la maleta. Los días que quedaban hasta mi partida los pasé tumbado en la cama, sin apenas comer ni beber. Solo mi último día salí a la calle para despedirme. Me encontré por el camino a los amigos y conocidos. De repente, noté como alguien me tiraba de la camisa. Me di la vuelta y ahí la vi. Era Salomé, la hermana pequeña de Motcho, su viva imagen. Me sonrió y dijo: “¡Álvaro, Álvaro! ¿Sabes qué? Mamá ha dicho que podremos poner flores bonitas para Motcho. ¡Y además vamos a comer pollo!” Se me llenaron los ojos de lagrimas y la abracé. Al menos los pocos ahorros que tenía en el banco habían servido para algo.- Hay un silencio sepulcral en la sala, se oyen algunos sollozos.- Lo siento, de verdad. Siento haberles amargado la noche, pero esta es la realidad del mundo. Mientras en este planeta haya un niño que sufre, seguirá siendo algo incompleto, imperfecto. Un granito de arena, es lo que puse yo. Pero que les voy a decir a ustedes, no soy más que un pobre mimo. Aunque bien es verdad, que granito a granito se hace una montaña. Ahora es su turno para hacer las cosas bien, o simplemente seguir como están. Yo solo he abierto una puerta, y es decisión suya entrar por ella o no. Muchas gracias a todos.
Nuestro protagonista hace una reverencia. El teatro estalla en aplausos. Se cierra el telón y se apagan los focos.



PD: Perdonad la ñoñería, es un texto que presenté para un concurso del colegio, con tema propuesto :)

martes, 11 de mayo de 2010

El dinero en la bolsa, muñeca.

Sonrió maliciosamente mirando a ninguna parte y se echó el pelo hacia atrás. Se giró rápidamente, agarró la pistola y disparó. Dejó el cuerpo en el suelo, cogió las joyas y se marchó sin prisas. La alarma empezó a sonar de fondo. Ella volvió a sonreir. Empezó a correr, saltó la tapia y se escondió detrás de unos arbustos justo en el momento exacto para que no la viera el coche patrulla de la policia que corría en auxilio de la victima. Sacó las llaves de su moto de la chupa de cuero, cruzó la calle y se subió en ella. Recorrió las carreteras a toda velocidad mientras el viento su agitaba la melena oscura. Llegó a casa, allí estaba él, esperandola sentado en el sofá, cerveza en mano. Al verla entrar se puso de pie y recorrió en grandes zancadas los tres pasos que les separaban. Ella le enseñó la bolsa con el botín. Se sonrieron. La agarró de la cintura acercandola mucho a el. La retiró el pelo y la beso apasionadamente. Le desabrochó la chaqueta de cuero y se separó unos milimetros de ella para contemplar su cuerpo. La cogió en volandas y la llevó a la cama. Se desnudaron y follaron brutalmente. Ella cayó exausta en el lado izquierdo. Alargó la mano hacia la mesilla y agarró su pistola del cajón. Se puso de pie, tapandose el cuerpo desnudo con la sabana blanca apuntó a su cabeza. Le guiñó un ojo. Bam. Se vistió, cogió las joyas y el dinero y salió por la puerta.

¿El amor es una reacción química?

Una pareja está sentada en la terraza de un bar, situado en la esquina de una calle. Están discutiendo, la chica se enfada se levanta y se marcha. Cuando llega al final de la calle se arrepiente y vuelve hacia la mesa, con una aceleración constante de 0,5 metros por segundo al cuadrado. En ese instante, su novio se pone de pie y corre hacia ella con una velocidad inicial de 4 kilómetros por hora. Si la calle mide 100 metros, ¿Cuánto tardarán en fundirse en un abrazo? ¿En qué punto de la calle se besarán?


No, si... al final va a ser verdad y todo se basa en la ciencia.