viernes, 25 de diciembre de 2009

Mordiscos de sociedad.

Niebla. Una farola es toda la iluminación que sustenta a una pequeña y maloliente calle de Londres. La luna, en cuarto menguante, se oculta levemente entre las densas nubes. Un hombre y una mujer caminan cogidos por la cintura. Su cara es apenas visible por un sombrero de copa. Ella, con una ropa demasiado escueta para el frio que hacía en ese momento, se rie nerviosamente a consecuencia de unas copas de más. Se dirigen hacia un pequeño apartamento que él habita en el que, descuidadamente, guarda algo más que enseres personales. La majestuosidad de la cúpula de la catedral de San Pablo puede ser apreciada entre la niebla y las ligeras gotas de lluvia. En un arrebato de pasión, él la empuja contra la pared mientras la besa. La envuelve en su capa oscura y sonrie haciendole una caricia con la mano. Ella, pensando que ha obtenido el premio gordo, se deja hacer sin abandonar su sonrisa. Sin esperarlo, el hombre saca de dentro de su capa un cuchillo de carnicero y la amenaza con él. La mujer, cambiado su expresion, intenta desasiarse sin éxito. En medio del forcegeo, consigue hacerla un profundo corte en la muñeca derecha, que empieza a sangrar abundantemente. Los gritos de ella pueden oirse a metros de distancia pero nadie acude en su ayuda. Inserta el cuchillo tres veces en su pecho hasta dejar que se caiga en la acera, donde su sangre se esparce lentamente entre las baldosas de piedra. El hombre huye lentamente riendose por lo bajo y sin limpiar el cuchillo, dejando el cuerpo en medio de la bruma.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Luciérnagas de felicidad

-Sinceramente creo, señorita- dijo inclinandose hacia ella- que es peor el remedio que la enfermedad.- Las manos nerviosas de su acompañante se introdujeron en una pequeña maleta de cuero ajado.- Asique, ¿porqué no me pone las cosas fáciles, se toma una cucharadita de este veneno y nos dejamos de tonterias?
Ella sonrió sarcásticamente.
-¿En serio se piensa usted que soy tan estupida? Si hubiera atendido mínimamente a mis delicados movimientos sabria que, dentro de mi guante, tengo este pequeño bote con cierta sustancia y que le maté hace diez minutos.

Los ojos de él se abrieron rápidamente, recorriendo con la mirada primero a la chica y más tarde la taza donde quedaban algunos posos de té. Subitamente, se llevó ambas manos al cuello y sus labios se amorataron. Unos segundos más tarde estaba rígido, tendido en el suelo. Veronica agarró con delicadeza la pequeña campana dorada que habia sobre la mesa de té y llamó a su criado. Éste apareció diligente y, sin mirarla, agarró de la pierna el cadaver y lo llevó hasta la cocina, de la cual llegaba un ligero aroma a caldo en su punto, preparado para verter en él la carne del asado.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Es un día especial.

Esta mañana cuando me he despertado estaba de un humor excelente (exceptuando el dolor de muelas que casi no me permitía ni hablar.)
Cuando estaba en la cama he tardado menos de dos segundos en darme cuenta de que era mi doble fecha especial. He ido al salón y ahí me esperaban dos pequeños paquetitos envuentos en papel verde de El Corte Inglés. Dentro del primero, y más grande, encontré un libro con muy buena pinta. El segundo pesaba poco y era alargado. Muy pero que muy alargado. Al abrirlo tenía ya idea de lo que podría haber dentro. Un reloj de correa fina y llena de ositos que van desde el amarillo submarino hasta el verde hoja clarito pasando por el azul cielo despejado y el rosa mejilla sonrojada. Suena tic, tac constantemente. Estoy segura de que esta noche no me dejará dormir, pero será perfecto para clase, porque podrá ayudar a Terrible con la ardua tarea de comer el tiempo. Como ahora son tantos, seguro que las clases de magia se pasan mucho más rápido.
La segunda razón del Veintidós no es por ello, menos importante. Es el segundo Veintidós que volvemos a pasar juntos y eso me hace sonreir. Cuando he ido a arreglarme y me he mirado al espejo me he visto mucho más guapa, a pesar de estar recién levantada. Será verdad eso que me dijo anoche de que el amor hace guapa porque con la cantidad de éste que yo tengo podría ser declarada la mujer más bella del mundo.
Aunque hoy no le voy a poder ver (cosa que me entristece un poco) se que el viernes será todo mio de nuevo y podremos celebrarlo como Dios manda.


Feliz Veintidós para todos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Nunca fuiste tan perfecta, a excepción de tus defectos.

-Una idiotez de ese calibre no debería ser impedimento para usted, Señorita Perfección- dijo con aire de suficiencia mientras se relamía el caramelo de los labios.
Obviamente, su falta de modales era notoria para cualquiera. Ser de la alta sociedad no implica solo el dinero y el título, sino un adecuado comportamiento con tus iguales. Por descontado, a ella le fallaban todos esos factores, pero engatusar al alcalde la fue suficiente como para escalar puestos a enormes zancadas. Sentada a su lado se encontraba Diana, junto con su madre, la señora Batiers y sus dos inaguantables primas. Frente a Diana estaba sentada una muchacha menuda y muy rubia, Eloise, que llevaba el pelo peinado con unos enormes tirabuzones. Meria, la querida del alcalde, la estaba criticando precisamente a ella mientras cogía una galleta pringosa y se la llevaba a la boca con sus largos dedos huesudos. Eloise sugetaba la taza de porcelana china con sus delicadas manos mientras aceptaba las criticas con la mirada baja.
Diana se levantó indignada, al no poder aguantar más la insoportable voz de Meria y dejó la habitación excusandose con un gesto de la cabeza. Todas las presentes quedaron perplejas y su madre, con las mejillas un tanto sonrojadas, la defendió alegando su mal estado de salud. Eloise la siguió disculpandose de la misma manera. Como ya suponía, la encontró sentada en el pequeño banquito junto a la habitación de música y se acomodó a su lado.
-Meria es inaguantable- se atrevió a decir.
Diana volvió el rostro y la sonrió.
-Tenía ganas de verte a solas, Elie.
-Y yo a ti Di- la acarició la cara con suavidad y su preciosa piel palída se sonrojó un poquito.
Eloise acercó poco a poco el rostro hacia el de ella y depositó un suave beso en sus labios.
-Me encanta todo esto.
-Y a mi. Te quiero Diana.
-Yo también a ti. Pero, ¿y si nos descubren?
-Siempre podríamos decir que estabamos... ¿jugando?
Ambas se rieron a carcajadas. Sabían que todo aquello era muchisimo más que un juego. Se abrazaron, con cuidado de no arrugar sus elegantes vestidos y vivieron el momento intentando no pensar en lo que les deparaba el futuro.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Monologos de Venganza.

De pronto, ante sus ojos, un enigmatico hombre con capa y sombrero de copa. ¿Quién soy, se preguntarán? Quién es solamente una forma de la función "que" y ¿qué soy? Un hombre con una mascara. Naturalmente, no cuestiono su capacidad de observacióm, simplemente señalo lo paradojico que es preguntarle a un hombre con una mascara quién es. A primera vista, solo un humilde veterano de vodeville en el papel de victima y villano. Pero, a pesar de todo lo que ustedes no saben de mi, me complace decir que estoy encantado de conocerles y que, de momento, pueden llamarme V. Mi vida quedó mermada en algún momento del pasado a una existencia subterranea. El unico veredicto es venganza, vendetta ¿No les enseñaron esa rima? "Recuerden, recuerden el cinco de noviembre. Cospiración, polvora, traición. No veo la demora y siempre es la hora de evocarla sin dilación." Con mi más sincero pesar, he de añadir que el pobre Gay Fawkes fracasó. Murió el hombre, pero quedó la leyenda. Bajo esta mascara hay mucho más que carne y musculos. Bajo esta mascara hay unos ideales y eso, es a prueba de balas. Pero sin más dilación he de presentarles mi nuevo... "proyecto". Lo que el maravilloso Fawkes no consiguió hace más de 400 años, solo Dios sabe si yo lo lograré. Pero, eso sí, quero que sepan que esta obra irá dedicada a la señora Justicia y a las largas vacaciones que parece, se está tomando. "Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre..." Puede morir el hombre pero la leyenda quedará intacta en sus corazones. Y ahora me retiro para dejarles paso a ustedes. Porque el pueblo no debe temar a los gobiernos sino, ser los gobiernos quien temen al pueblo. Por ello, buenas noches y muy buena suerte.

(Muchas frases de este texto han sido extraidas del comic "V de Vendetta" de Alan Moore y David Lloyd.)

lunes, 9 de noviembre de 2009

Más allá de lo que alcanzan nuestras manos.

Con la respiración entrecortada miré a ambos lados del pasillo sabiendo que la cosa no había acabado. Me di cuenta de como mi brazo sangraba cada vez más y decidí arrancar un trozo de tela de unas cortinas desgarradas que había a mi derecha para intentar parar la hemorragia. Agarré con fuerza la unica arma de la que disponía -un bastón negro, largo y muy duro de hierro- y me dirigí hacía la siguiente esquina espectante. Oí ruidos provinientes de detrás de una mesa caída. Me acerqué silenciosamente hasta ella y miré conteniendo la respiración. Una niña pequeña estaba acurrucada, agarrandose las piernas y sollozando silenciosamente. Suspiré aliviada. La niña se giró para mirarme y me di cuenta de que las cuencas de sus ojos estaban vacías. Sonreí. Era solo un robot. Oí otro sonido a mi espalda y me giré rapidamente blandiendo mi arma. Mi sonrisa se hizo más amplia al comprobar que era uno de ellos. Le golpeé en la cabeza con la barra y, aprobechando su atudimiento, le pegué una patada en el estomago. La ropa elegida para esta ocasión me era realmente comoda -un mono de cuero ajustado que permitia perfectamente cualquiera de mis movimientos- y la coleta alta que conseguia quitarme el pelo de la cara. Mi oponente dio unos pasos hacía atrás y me hizo una mueca parecida a una sonrisa. Volví a golpearle en la tripa con el pie, esquivando con habilidad su puño derecho, que iba directo a mi cara. Le rematé con un par de golpes más en la nuca con mi barra de hierro y cayó al suelo, muerto. Volví a sonreir y me senté en el suelo, agotada. Las luces se encendieron de repente. Me puse de pie y me dirigí hasta la salida más cercana.

lunes, 26 de octubre de 2009

La incoherencia más incoherente.

Innecesariamente me distraje con el vuelo de una mariposa que, sin razón alguna, se posó sobre un enorme cilindro y fue absorbida por los humos de la cuidad.
Increiblemente defectuoso es el silencio de su batir de alas mientras nosotros sonreiamos al sol.

martes, 20 de octubre de 2009

Música para sus oidos.

Beatrice adora los dias de lluvia en París. El cielo se vuelve gris perla y las azoteas más altas casi consiguen tocar las nubes. Muchas personas se deprimen, pero ella no. Su mini color amarillo girasol le da el brillo que le falta al paisaje. Le gusta aparcar en calles transitadas y abrir la ventanilla para que entre el agua mientras escucha su CD favorito. La lluvia es lo que más le gusta a Beatrice, detrás de la nieve. La nieve hace que todo brille mucho más que con su mini color amarillo girasol recorriendo las calles del centro. El color blanco lo cubre todo pero con lo que más disfruta Beatrice es saliendo a la calle antes de que París se despierte. Suele acercarse al parque que hay junto a su casa y dejar su paraguas azul en el suelo para irse a jugar tranquilamente. Cuando los primeros y más madrugadores niños salen a pasar un buen rato en los columpios se suelen encontrar con un muñeco de nieve, con ojos, nariz, ¡y con una bufanda y todo! Morada, una bufanda morada. En realidad es de Marie, pero Beatrice suele cogersela para salir y ella no se enfada. Pero volviendo a nuestro tema, Beatrice adora la lluvia. Y las tormentas grandes en las que el único ruido que se escucha es el de las gotas al caer. Hoy ha asomado la cabeza por la ventana del comedor y se le ha mojado tanto el pelo que ha tenido que envolverselo en una toalla. Ahora le duelen los oidos. Pero claro, la lluvia es su debilidad.


sábado, 17 de octubre de 2009

Nubes grises sobre Madrid.

Madrid tiene una forma especial de brillar cuando su cielo se llena de nubes. Estabamos sentados en un banco de piedra sin respaldo. La miraba con dulzura pero no me atrevía a rozarla. Ella me miraba con sus enormes ojos marrones interrogante, esperando mi respuesta.
-¡¿Leo?!- me dijo, soltando una pequeña carcajada
-Sí, sí. Mi comida favorita es el sushi.
-Oh, sushi- contestó casi relamiendose.
Nos miramos en silencio.
-En realidad, yo no era así, ¿sabes?- una sonrisa melancólica recorrió su rostro y retiró la mirada hacía algún punto del parque.
-¿Así cómo?-pregunte extrañado por su confesión.
-Si. así. Pero las cosas que me pasaron... me obligaron a cambiar. A luchar por todo y a vivir cada segundo.
La miré con tristeza y la besé lentamente en los labios. Me abrazó y se puso a llorar.
-Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias. Me habría gustado poder disfrutar mi vida entera a tu lado.
La abracé más fuerte. No sabía que decir.
-¿Sabes qué? Una de mis medicinas sabe a platano. Es un jarabe especial. Y sabe muy rico. Lo demás está malo, porque sabe a medicamento, pero este no.
-Lo superarás, ¿vale? Lo superaré contigo.
-No, Leo. Hazte a la idea ya, ¿vale? Voy a morir.
-No voy a permitir que mueras, Celia. Y si lo haces yo lo haré contigo.
-Gracias- Sonrió y se secó las lagrimas.- Te quiero.
-Y yo a ti.


miércoles, 7 de octubre de 2009

Miradas de nerviosismo

Eran una extraña pareja. Dos hombres, trajeados, cruzando una calle cualquiera sin prestar demasiada atención al trafico pero mirando a cada recodo de la avenida sin perder detalle alguno. Sus ojos paseaban nerviosamente por cada rincón. Me llamaron la atención. Uno de ellos llevaba un portafolios de cuero marrón. El otro un maletín del mismo material pero en color negro. Perfectamente podía apreciarse que no eran nuevos, es más destacaban en ellos rozaduras e incluso algún roto. Los trajes que llevaban puestos tampoco eran a estrenar. El más bajo de los dos tenia la barbilla salida y los labios se metian hacía dentro, como si no tuviera dientes. Tenía el pelo corto y escaso, con algunas entradas y de un grasiento color negro. En el otro destacaba su melena larga, hasta los hombros, y el color canoso de esta.

Entró en el metro con timidez, incluso se podría haber considerado miedo. Miraba nerviosamente a todos lados, como si algo o alguien fuera a avalanzarse sobre él de un momento a otro. Se apolló en una de las paredes del tren. Iba vestido de negro, con una camisa y unos pantalones impecables. No tenía apenas pelo.

Escrutaba cada rincón de la clase con nerviosismo. Estaba atacada. Tenía unos preciosos ojos verdes que se movian a ambos lados prestando atención a todo y a nada en especial. Era guapa, muy guapa y vestia con unos vaqueros anchos y una sudadera negra. Su pelo, rubio, caía en cascada sobre su espalda.


Adoro las miradas de la gente. Pero la que más adoro es la suya. Su mirada de deseo.

viernes, 2 de octubre de 2009

La sonrisa del desenfreno.

Me apreté el ceñido corsé negro y suspiré alisandome la minifalda. Necesitaba algo más. Emoción, aventura, diversión sin límites. Esa sensación que hace que la garganta sepa a hielo y los ojos se te abran como platos. Y que esa sonrisa tímida asome de mis carnosos labios, la sonrisa del desenfreno. Miré al chico que estaba sentado a mi lado y resoplé de aburrimiento. Me levanté sin hacerle ningún caso y me fuí, dejandole perplejo y en el sitio. Necesitaba emociones fuertes.
En la puerta del bar, apoyado junto a una columna negra, había un chico al que conocía de vista. Conflictivo, por encima de todos, sabía como encontrar problemas donde no los había. Pestañeé un par de veces y capté su atención. Iba ataviado con un abrigo negro hasta los pies y una bufanda del mismo color. Mis medias rotas y mi atuendo denotaban la necesidad por mi parte de llamar la atención. Su pelo era del color del cabón y su piel, pálida, destacaba por encima de todo. Descaradamente, me acerqué mucho a él y le acaricié la barbilla con el dedo indice. Con una sonrisa divertida, me agarró por la cintura y me condujo hacía la salida, donde nos esperaba su gigantesca moto.

El destino por amistad.

Marie es una de las personas que mejor conocen a Beatrice. Marie tiene el pelo rubio y la piel pálida, tirando a rosada. Llevan juntas todos los años de su vida, porque nacieron juntas. Si, si, y no son hermanas. Marie es una de las mejores amigas para siempre de Beatrice y aun así es como si fuera parte de su familia. Sus madres coincidieron en el mismo hospital y a partir de ahí fueron inseparables compañeras de juegos a mediodia en el parque de al lado de su casa. A los tres años coincidieron en el mismo colegio. Cuando tenian seis, sus madres cambiaron de hospital para tener a sus hermanos y volvieron a coincidir. Es raro. A Beatrice nunca le ha gustado la palabra destino, pero esque, aquí, es inevitable usarla. Tiene que ser el destino. Fueron mejores amigas toda la vida, hasta que Marie conoció a chicas más guays y se separó de la pequeña Beatrice. Pero dos años después retomaron la amistad exactamente por donde la habían dejado, o incluso con más fuerza. Ahora no se separan ni un momento y cuando pasan un fin de semana sin verse, ya se echan de menos. Marie está harta de Beatrice, dice que la tiene hasta en la sopa. Pero en el fondo, es su niña y nunca se cansará de ella (aunque Beatrice puede llegar a ser bastante pesada.) Ambas saben que vivirán juntas siempre y que una será la dama de honor de la otra cuando se case. Porque, claro, son como hermanas.



Beatrice quiere con locura a Marie.

martes, 29 de septiembre de 2009

Beatrice le da las buenas noches a Damien.

Beatrice quiere ir a ver a Damien, que está malito. Quiere acercarse a su cama en silencio para no despertarle y acurrucarse junto a él. Después, darle un besito en la nariz y susurarle que le quiere acariciando suavemente su cara.
Damien tiene mucha fiebre, casi no está consciente. Nota que alguien se sienta a su lado y murmura un "te quiero".
Damien sueña con llevar a Beatrice a una playa de Malta y mientras ven las estrellas susurarla lo mucho que la quiere.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Brilla.

Su piel es de color rosa pálido. Le mira con cariño a cada segundo. Él está leyendo un libro azul con corazones en la portada; algo cursi, si, si, muy cursi. Le acaricia el pelo. Es sencillo estar con él. Le quiere. Es tan maravilloso. Le adora. Pasa sus dedos suavemente por su mejilla. Él sigue pendiente de su lectura. De fondo suena, proviniente de un movil, su canción. De ellos dos y de nadie más. Están sentados en un banco con una caja de galletas de chocolate al lado. Él, al darse cuenta de que ella le observa, aparta la mirada avergonzado. Ella se rie por lo bajo y se acerca más a él, acurrucandose en su hombro. Él acaba por pasar el brazo por detrás de su espalda y se aproximan más. Levanta la cabeza y le mira a los ojos, atentos en cada punto y cada coma. Se fija en sus labios, perfectos, ligeramente curvados en una sonrisa. No puede resistirlo más y le besa en la mejilla timidamente. Él retira la mirada del libro y la sonrie, bajando la cabeza para besarla en los labios.





Te quiero.

martes, 22 de septiembre de 2009

Tú.

No se para que intento escribir tres frases con sentido si estoy segura de que no sacaré nada en claro.

Lo unico que me apetece es decirte " Te quiero" hasta la saciedad.


Y besarte, hasta que nos quedemos sin saliba.




Te adoro.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Suiza huele a chocolate con leche.

Hacía mucho que Beatrice y yo no hablabamos en condiciones. La pobre está ocupadisima con sus estudios. Beatrice quiere ser médico forense. Le gustan los muertos y la sangre. Cuando se lo cuenta a alguien la miran raro y dicen "Esta chica está perturvada" o cosas por el estilo. En realidad ser médico forense para ella es tan importante porque quiere hacer feliz a la gente que ya no está viva. El otro día, cuando volvimos a contactar me dijo que estaba algo cansada y que necesita unas vacaciones. Dice que quiere irse a Suiza, con su amiga Monique, porque en Suiza el aire huele a chocolate. Siempre tuvo el capricho de vivir ahí, pero sabe que necesita acabar primero su carrera. Monique y ella suelen irse a los parques y sentarse en un banco para cerrar los ojos y pensar que están ahí, oliendo el chocolate. Hacer el tonto por la cuidad nunca fue tan divertido.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Pensamientos olvidados sobre la almohada.

Llorar siempre purifica el alma. Ni siquiera puedo mirar el oso de peluche que hay sobre mi cama. Apenas ha acabado el verano y Madrid de ha teñido de gris, con olor a humedad y a frio de Otoño.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Después de mediodia.

Tic, tac, toc. Los tres relojes de mi salón marcaban un ritmo desacompasado mientras yo intentaba encontrar las palabras precisas para hablarte.
-Anoche... soñé contigo.
-¿Ah si?- Dijiste sorprendido y con una sonrisa.
-Si.
-Y, ¿qué pasaba en ese sueño?
-Bueno... estabamos en tu casa, más concretamente, en tu habitación.
-Ajá.
-Con leves besos en el cuello me quitabas el vestido sin tirarntes que llevaba ese día. Me recostabas en la cama poco a poco y me besabas en los labios.
-¿Qué más?- Me invitaste con una profunda mirada a que siguiera hablando.
-Te quejabas de lo escueto de mi sujetador sin hombreras y terminabas por quitarmelo. Me acariciabas el pecho con suavidad. Yo estaba totalmente a tu merced. Te reias en voz baja de la situación y me besabas por todas partes.
-Y después, ¿qué pasaba?
-Ponias las manos a ambos lados de mi cara, te sentía tan cerca que casi ni podía contenerme..
-¿Y luego?
-Terminabas de quitarnos la ropa interior y me follabas contra la cama.
-Me gusta tu sueño y tienes una pequeña imaginación calenturienta, ¿sabías?
Me sonrojé ligeramente y bajé la mirada. No sabía que decirle. Se me adelantó antes de que pudiera continuar.
-Bueno, ¿y que te parece si hacemos tu sueño realidad?

martes, 15 de septiembre de 2009

Horas. Puedo pasarme horas mirando a tu ventana abierta, esperando a ver si te veo. La vida seguirá, eso lo sabemos todos. Empezaremos a perder contacto poco a poco hasta que casi no te acuerdes de mi. Conocerás a otra, te gustará y te llegará al corazón de la misma manera que lo hacía yo. Cuando estés enamorado de ella serás feliz. Un día te acordarás de mi, me hablarás y me preguntarás qué tal. Tal vez, ese dia ya no estés enamorado y podamos vernos, quizá para algo más. Pero bueno, todo es suposición. Y es realmente fácil soñar.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Todo lo vivimos por el último día.

Quiero escalar una montaña alta. Pero nada, ¿eh? No tengo a nadie con quien ir. También quiero poder irme a Suiza a perder el tiempo comiendo chocolate mientras veo a la gente pasar en algún rincón de Zurich. Jo, quiero subir otra vez al monte Titlis con el teleferico ese tan alto. ¡Y hacer fotos desde la ventana de la cabina! ¡Que miedo pasé! Pero claro, era demasiado bonito como para pasar miedo. No se, siempre me gustó sufrir.

martes, 8 de septiembre de 2009

Inquilinos pasajeros del corazón.

-¡Pom, pom!
-¿Si? Adelante.
-Buenas tardes, venía a instalarme aqui.
-Oh, ya ha llegado, bienvenido. ¿Desearía usted que se lo enseñe?
-Por supuesto.
-Acompañeme, por favor.
-Bien, veo que es espacioso. Su dueña debe ser buena persona, el corazón es enorme. Ahí podria instalar la cocina. Y por allí hay buena iluminación, quizá estaria bien una habitación de estudio.
-Lo siento, pero esa zona está ocupada.
-Como... ¿Ocupada?
-Si, esa parte del corazón corresponde al primer amor. No puede usted ni acercarse.
-Pues vaya, a mi nadie me habló de compartir residencia.
-Lo siento, pero esa zona es inviable. No puede ser traspasada por nadie.
-Pues entonces me voy. ¡Con la cantidad de corazones que hay, voy a estar yo compartiendo!
-Lo siento mucho, señor.
-Ya, ya.
Suspiró. Ya era el tercero que se iba por lo mismo.

Cristina y Lily.

Cristina y Lily son hermanas. Viven en una casa grande con sus padres. Su casa tiene un jardín precioso y una reja ernorme que la bordea. Su madre planta amapolas y margaritas que brillan bajo la luz del sol. Cristina es rubia. Su pelo es ondulado y largo. Lily es morena. Su pelo es lacio y negro como el carbón. Cristina y Lily son mellizas y no podrian ser más diferentes. La sonrisa de Lily brilla como el sol. Cristina nunca sonrie. A Lily le gusta ir a todos sitios saltando y tarateando canciones bonitas. Cristina le dice bajito "Lilian, no hagas el loco". Lily desayuna todas las mañanas leche con cacao. Cristina se toma un café solo. Al parecer, lo unico que tienen en comun es el color de los ojos. Gris intenso. Y la piel palida. Cristina y Lily meriendan bajo una sombrilla en el jardín. ¿Por qué no te acercas? Tienen pasteles.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Jugar a ser pequeña

Cuando era pequeñita creia en los Dioses del Olimpo. Se que suena idiota, pero entendedme, mi madre es profesora de cultura clasica y yo practicamente vivía entre el Museo Arqueologico y el del Prado. Atenea siempre fue mi Diosa favorita. Era tan inteligente... Pero lo mejor de todo era pensar que de verdad existian. Cuando viajé por las Islas Griegas fue impresionante. Olimpia me fascinó y no podía entender como hay gente que lo considera "un montón de ruinas inutiles". La pelicula de Hercules ayudó mucho más a que mi fé en ellos aumentara. Gracioso, ¿verdad? Aun sigo pensando que los Dioses del Olimpo existen. Es más, ayer mismo, cuando iba de viaje empecé a mirar las nubes. Vi a un principe inclinandose sobre una princesa para despertarla del más profundo sueño con un beso de amor. Vi un centauro enorme al lado de una serpiente. ¡Oh! También vi una niña montada en bicicleta. Pero lo que más me llamó la atención fue una linea de nubes apaisadas. Eran de color rosa por la luz que proyectaba el sol mientras se escondia. Cuando viajaba de pequeña y veía unas nubes de ese tipo decia "¡Mira Mamá! ¡Ahí están los Dioses!" Ahora entiendo porque mi madre sonreia y me acariciaba la cabeza asintiendo. Pero aun así, de vez en cuando, es divertido jugar a ser pequeña.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Tranquilizantes con forma de mejor amiga.

A Beatrice no le gusta hablar de las cosas que no le gustan. Pero, ¿sabeis lo que de verdad odia Beatrice? A los idiotas. Es algo inevitable por su parte, no puede dejar de disgustarle. La gente merecedora de ese nombre, suele ser tan sumamente cargante que Beatrice se pone negra con su mera presencia. Por eso, cuando conoce a algún idiota, rápidamente le gruñe y le manda a tomar vientos. ¡Ja! Que nadie se atreva a enfadar a Beatrice. Cuando se enfada de esa manera, lo único que consigue calmarla es ir a hacer tonterias con Marie. ¡Claro, con ella cualquiera se divierte!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Beatrice tiene una cajita donde guarda besos robados.

A Beatrice le gusta robar besos. Aunque sabe que robar no está bien. Su mamá siempre la decia “No toques lo que no es tuyo y menos, te lo lleves.” pero claro, ella no puede resistirse. En cuanto tiene oportunidad le roba un beso a Jean Paul. Cuando aun salía con Damien le gustaba muchisimo hacerlo. Además, todos los besos robados los guarda en una cajita de color morado dentro de su corazón. El otro dia, cuando se estaba despidiendo de Jean Paul, mientras esperaban el tren, le robó un beso rápido y con sabor a piruleta. Él sonrió al darse cuenta de lo que Beatrice acababa de hacer pero antes de poder decirla nada, ella se subió al tren. Las despedidas de pelicula nunca fueron las favoritas de Beatrice, pero los labios de Jean Paul saben tan estupendamente que no pudo evitar llevar consigo la sonrisa de tonta que tanto le gusta. Y lo mejor de todo es, que el beso que robó no es un beso cualquiera, sino que es un beso de Jean Paul.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Rondando mis pensamientos.

Resoplé frente al papel en blanco. La inspiración podía llegar a ser realmente cargante cuando no se dignaba a aparecer. Suspiré contrariada. La tarde habia sido genial. Sonreia como una tonta sin saber muy bien porque. Me paré a pensar en él. ¿Cómo describirle sin recurrir a empalagosidades? Era perfecto. Sonreí de nuevo al acordarme de su voz, de su risa, siempre acompañada por una perfecta sonrisa, de su pelo; que pelo tan sumamente perfecto. Pero, la perfección es aburrida, ¿verdad? Él no era para nada aburrido. Pasar toda la tarde entre sus sonrisas había sido magnifico. Se me escapó una risita al pensar que quizá lo que estaba escribiendo le iba a hacer ilusión; o hiva, según solía escribia él. ¿Por qué solo podía pensar en la proxima vez? Tenía ganas de verle, y solo hacía unas horas que nos habiamos despedido. Jo, pensé. Quiero volverle a ver. Lo unico malo de todo esto, me dije a mi misma, es que ahora iba a tener que aguantar a un montón de gente llamandome Sisuka, que ya lo estaban haciendo. Suspiré de nuevo. Me es inevitable. Es taaaan mono.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

¿Tu madre no te enseñó que no se intima con extraños?

-Buenas noches.
Me senté en un sofá verde pálido frente a él. Entre nosotros había una mesita baja de madera barnizada. Sobre la mesa, dos copas a rebosar de Martini. Me quité los guantes poco a poco y le sonreí.
-Sabía que estarias esperandome.
-¿Acaso te atrevias a dudarlo? No suelo desaprobechar oportunidades así.
-Bueno, ya me tienes aquí. Ahora, ¿tienes lo que te pedí?
-Por supuesto.-Sacó de su bolsillo un pequeño sobre de color crema, cerrado y sin destinatario.-Pero antes quiero mi recompensa.- Retiró hacia si el sobre rapidamente.
-Pues nada, ya sabes.- Miré hacía el servicio, dejé suavemente mi abrigo y mis guantes sobre el respaldo del sofá y me levanté, caminando hacía la puerta morada del baño.
Él me siguió como si de un perrito faldero se tratara. Entré y le esperé mirando hacia la única ventana de la estancia. Se acercó a mi por detrás y me agarró de la cintura con ambas manos. Me giró y me empujó contrá la pared. Empezó a besarme con ansia y yo le eché para atrás.
-¿Tienes prisa?
-Ninguna, perciosa.
-Pues, ¿sabes? Yo sí.
Me miró con cara divertida. Pobre, no sabía lo que le avecinaba. Saqué de mi liga una pequeña pistola y le apunté a la cabeza.
-¿Tu madre no te enseñó que no se intima con extraños?- Le sonreí por ultima vez. Su rostro expresaba confusión. Me miró a los ojos asustado al darse cuenta de todo.
-Eras... tu.
-Por supuesto que era yo. Y ahora, cielo, disfruta del infierno.
Le disparé en la cabeza. Saqué el sobre de su bolsillo y me lo guardé en el escote del vestido. Salí rapidamente por la ventana y la cerré detrás de mi, desde fuera. Empecé a oir gente asombrada por el sonido del disparo y caminé por una calle solitaria en la que solo se podian oir mis tacones. Sonreí. Por fin tenía el sobre.

sábado, 29 de agosto de 2009

Para qué pensar.

Últimamente duermo mal. Cada noche me tumbo en la cama con los cascos y escucho una y otra vez la misma canción. Cuando iba conduciendo, me he dado cuenta de que la calle estaba desierta. Un semaforo se había puesto en rojo, pero todos los demas estaban rotos. Parecía una cuidad fantasma. Esta noche he ido a por chocolate a la nevera y no había más que fruta y verdura. Odio la verdura. Encima de la mesa había una bolsa de sugus y me he comido tres. Ahora me duele la tripa. No se qué más va a pasar, creo que voy a tirar los dados, a ver que sale.

martes, 25 de agosto de 2009

A Beatrice le gustan las sonrisas de Antoinette.

A Beatrice le gusta mucho hacer pompitas de jabón. Marie tiene una botellita pequeña y de color azul que hace pompas geniales. Beatrice se la quiere regalar a Antoinette. Antoinette es la otra mejor amiga para toda la vida de Beatrice, junto con Marie. Viven las tres juntas en un piso en el centro que tiene una terraza desde la que se puede mirar la luna por la noche. Antoinette es la más realista de las tres. Casi siempre sabe lo que tiene que hacer en cada momento. Cuando Beatrice está triste, Antoinette le escribe cuentos chiquititos sobre numeros que se escapan a Las Vegas. También sabe coser muy bien y un dia fabricó una pequeña muñequita sin brazos para Beatrice que se llama Alice. Ahora Alice vive en la mesilla de noche de Beatrice y espanta sus pesadillas. De vez en cuando Antoinette está triste. Beatrice piensa que si hace monerias seguro que la alegra mucho. Ahora, se dedica a cantar y bailar con la manguera de la terraza mientras pone caritas graciosas. Así cualquiera sorie, incluso Antoinette.

domingo, 23 de agosto de 2009

Regalos en paquetes con lazos rosa.

Hoy Beatrice estaba muy cansada y no la apetecia hacer nada. Su amiga Adrianne, que es hermana de Marie, ha ido a buscarla a casa y la ha sacado de la cama. Primero le ha tirado a la cabeza su vestido verde, si, si, el que tanto la gusta y se lo ha hecho poner. Han salido de casa enseguida y se han ido a la piscina. El agua estaba tan estupenda que se han pasado bañandose toda la mañana. Cuando Adrianne ha dicho que era hora de irse, Beatrice se ha puesto muy triste, asique se ha quedado a comer. Adrianne prepara unos spaguetti con tomate y queso que están riquisimos y, además, había comprado el zumo de melocotón que tanto le gusta a Beatrice. Después de comer se han ido a dar una vuelta por el barrio y Adrianne se ha encontrado a un amigo suyo que es realmente majo y tiene un perrito que se llama Nesier. Nesier es graciosisimo y mueve el rabito de un lado a otro cuando le acaricias detrás de la oreja. Beatrice quiere un perrito, o mejor, quiere un gatito, porque los gatitos le encantan. En cuanto Damien se ha enterado de que quiere un gatito le ha mandado una caja con un lazo enorme de color rosa y dentro había una bolita de pelo blanco que se llama Misifú. Ahora Beatrice nunca estará sola en casa porque su gatita Misifú duerme con ella. Como gracias a Adrianne, Beatrice tiene ahora a su Misifú le da muchos abrazos y la invita a tomar zumo de melocotón en el parque de enfrente de su casa. Misifú mueve la cola y bebe leche de un cuenquito verde. ¿Verdad que es adorable?

sábado, 22 de agosto de 2009

La pizza hawaiana llena la tripita de Beatrice.

Beatrice está triste y no tiene hambre, pero se come una pizza hawaiana. La pizza hawaiana lleva piña y está muy rica, pero Beatrice no puede terminarsela. Se lava los dientes con su cepillo rosa y le hace muecas a su reflejo. Sonrisas y más sonrisas es lo que él le devuelve pero no son las que quiere. Se sacan la lengua al unisono y se va del baño, apagando la luz. Beatrice no sabe que hacer, necesita llenarse con algo, pero no le cabe más pizza hawaiana. Asique decide ponerse delante del ventilador con los ojitos cerrados. Luego se baja al patio a pensar sentadita en el cesped. A Beatrice le gusta Jean Paul, pero también le gusta Damien. Y también le gusta Artour. Y Marie. Y Antoinette. Son todos tan adorables. Pero Beatrice necesita algo más. Algo que la llegue al corazón de esa manera especial. Y que la haga sonreir con esa sonrisa que sabe a piruleta. Quiere que se oiga ese pum pum en el pecho y que sus carrillos se pongan de color rojito. Beatrice quiere enamorarse pero sobre todo, quiere ser feliz.


Infelicidad con sueño.

Quiero no estar triste. ¿Acaso es tanto pedir un poquito de felicidad? Echo de menos mi sonrisa. No esa sonrisa que siempre llevo, sino esa sonrisa de tonta que sabe a piruleta y que siempre acaba asomandose por tonterias. Me gustan mis mofletes cuando se sonrojan. ¿Por qué hace tanto que no los veo así? Cuando me pesan los parpados puede ser por dos razones. La primera es por sueño. Pero son las nueve y de eso no tengo. La segunda es porque algo me ha puesto triste. Cuando pasa eso, suele solucionarse con chocolate y tonterias. Es el mejor remedio. Pero ahora no hay nada de chocolate en la nevera y las tonterias no me salen a mi sola. Voy a echarme agua en la carita. Dicen que el agua lo limpia todo. ¿Servirá para darme un poquito de felicidad? Bueno, me conformo con que me dejen de pesar los parpados. A lo mejor puedo buscar un libro de historias bonitas y sonreir, aunque no sea como a mi me gusta.

Vicios de piruleta.

Todos tenemos vicios insanos. Beatrice, a parte de el chocolate y las piruletas de color rojo, tiene uno que la escama: su exnovio Damien. Su ruptura no fue dura, pero por supuesto, algo le molestó. Ella, hace ya tiempo, dejó de sentir dolor por ese tipo de cosas y fue cuando empezó a comer piruletas. Su exnovio suele llamarla todas las noches para oir su voz. Claro, normal, Damien adora la voz de Beatrice. Es dulce como un pastelito de fresa y nata. Anoche Damien la llamó a las tres de la madrugada y la invitó a comer. Durante la comida, Damien la propuso volver a estar juntos, pero Beatrice, que está cansada de los niños tontos le dijo que no, mientras se inclinaba sobre su copa de helado de menta y chocolate. Al final acabaron en el baño, haciendo el amor contra la pared. Se despidieron sabiendo que no se verian en un tiempo y Beatrice cogió su casco azul y su vespa beige y se fue sonriendo. Damien la vió marchar, también con una sonrisa. Esque Beatrice sabe a piruleta, aunque nunca se lo ha dicho, y él siempre ha tenido un vicio horrendo hacia las piruletas. Pero claro, todos tenemos vicios.

Monitos color verde pistacho.

Beatrice tiene un amigo muy especial que se llama Artour. Artour es alto, grande y guapo. Tiene la carita redonda, como un niño, pero como lleva perilla, ya no lo parece. Artour tiene una voz muy bonita y Beatrice le quiere mucho. Sabe que es una persona muy especial y por eso le ayuda en todo lo que puede. Cuando hace frio Artour se quita su abrigo negro y se lo presta a Beatrice. Como Artour es tan grande, Beatrice se ve muy graciosa con esas mangas tan largas. Todas las veces que Beatrice está triste, Artour viene y la alegra con sus tonterias y sus sonrisas. A Artour le gusta mucho el buen comer y Beatrice se ha propuesto que algún dia le hará esos burritos mejicanos que tan ricos le salen. La sonrisa de Artour huele a chocolate, por eso le gusta tanto. Además, le encanta beber leche gallega directamente del brick y cuando lo hace está realmente gracioso. Tiene un monito de color verde que se llama Rafaelo y que se lleva genial con Beatrice. Artour tiene un corazón enorme y da los mejores abrazos de oso del mundo. Beatrice se acaba de dar cuenta de que no tiene ninguna foto con Artour asique en cuanto le vea, se hará una para ponerla en la pared verde de su habitación.

viernes, 21 de agosto de 2009

Chocolate, piruletas, hombres y sobre todo, impulsos.


Guiarse por los impulsos no es nada bueno. Beatrice solo se guia por impulsos y luego claro, pasa lo que pasa. Nunca tiene claro lo que quiere de verdad y, cuando piensa que por fin se ha decidio vuelta a empezar con los problemas. Sus caprichos son los que guian su vida, pero le es inevitable. Cuando está de mal humor bebe batidos de chocolate. Su abuela los hace riquisimos. El chocolate es su perdición, come tanto que al final acaba arrepintiendose. Le pasa igual que con las piruletas de color rojo. Su dentista dice que si sigue comiendo tantas, se le picarán los dientes. Ella intenta hacerle caso, pero no lo consigue. Y con los hombres, más de lo mismo. Ella es ese tipo de personas que tropieza dos veces con la misma piedra. Dos, tres, cuatro o las que sean. Siempre piensa que no debe pero la acaba pudiendo la tentación y lo prohibido. Siempre acaban pudiendo los impulsos.

El Martini sabe mejor de sus labios.


Beatrice está cansada de los niños tontos. ¿Por qué siempre tiene que darle tantas vueltas a todo? Jean Paul no la coge el teléfono asique ha decidido que se irá con su amiga Marie ha hacer el tonto. Despues de una pelea de almohadas, se tiran en la cama, exaustas. Marie decide ir por ahí a seguir pasandoselo bien, asique se arreglan y se van de fiesta. La noche es joven y Marie grita por la ventanilla del Mini amarillo girasol. Beatrice no bebe, solo le gusta el Martini rosso y no tienen asique se dedica a lanzarle miraditas al chico de la barra. Cuando se cansa de él, decide dar una vuelta por la calle, mientras Marie baila con unos amigos. En la calle está todo oscuro, hay pocas farolas, asique Beatrice decide sentarse en un banco, junto a su Mini amarillo girasol. Por delante de ella pasa un chico. Un chico que no es muy alto ni muy guapo, pero que es especial y ella lo sabe. Beatrice le mira y le tira de la manga. El chico se vuelve y la sonrie. La invita a una copa. Beatrice le dice que claro, pero que si no es Martini rosso, que ella no bebe. Jean Paul la invita a su apartamento, porque ahí tiene una botella sin abrir solo para ella. Acepta con una condición. El Martini rosso sabe mejor en los labios de los chicos que su nombre empieza por la Jota.

Encontronazos con sabor a menta y chocolate

Beatrice necesita un coche. Su abuelo, que la quiere mucho, le ha regalado un Mini amarillo girasol. Hoy Beatrice aparcó el coche por el centro y se fue a dar un paseo. Ella prefiere ir en moto, pero queria estrenar su regalo. Se ha comprado un helado de menta y chocolate, de sus favoritos, y va pensando lo bien que combina el color del helado con sus medias rosas. Cuando caminaba junto a unos arbustos del tamaño de un perrito cocker, se ha cruzado con un chico muy normal, pero que ella sabe que es especial. Ha pensado que se va a casar con él. Le ha mirado, ha agitado su larga melena rubia y se ha quitado la tonta idea de la cabeza. Quizá si pueda tirarsele. Se ha acercado a él sonriendo y le ha pedido el numero de telefono. Él se lo ha dado con una sonrisa de oreja a oreja. Se llama Jean Paul. Beatrice se fue comiendose su helado de menta y chocolate. Jean Paul. Le gusta, además, empieza por Jota.


miércoles, 19 de agosto de 2009

Besos de venganza.

Vamos, ven. Se lo que quieres. Hazlo. Me quieres a mi, ¿Verdad? Pues bien, acércate. Acércate y bésame. Siente el calor de mis labios. Yo beberé de tu boca. Pero cuidado, puede ser peligroso. Mi veneno inundará tus venas hasta infectarte. No podrás dejar de pensar en mi. Llegará un momento en el que te cueste respirar y me necesites para sobrevivir. Entonces, mientras me beses, arañaré tu espalda hasta hacerte sangre y clavaré mi puñal en tu corazón. Verás como el color de mis ojos se convierte en rojo rubí y, mientras siguas a mi lado, te daré el último beso, con sabor a venganza.
¿Qué pasa? Nadie dijo que fuera buena.

martes, 18 de agosto de 2009

Vals a la luz de la luna.

Inspiré profundamente. Nada. Volví a hacerlo. Seguia sin sentirlo. Ni presión en el pecho, ni mariposas en el estomago. Ninguno de los sentimientos que buscaba. Cogí el movil y busqué en la agenda el unico número al que no debía llamar. Tras tres tonos, contestarón al otro lado.
-¿Hola?
-Hola.
-¿Como es qué llamas?
-Quería oir tu voz otra vez.
-¿Solo eso?
-Claro. Deberiamos vernos.
-¿Para qué?
-Para vernos. Me pondría mi falda negra. Solo para que me la quitaras.
-Tentador.
Me pasé el dedo indice por los labios a pesar de que no pudiera verme
-Entonces, ¿Esta noche, donde la primera vez?
-En las viñas de tu padre, al anochecer, claro.
Colgué el telefono y sonreí. Por fin.

lunes, 17 de agosto de 2009

Beatrice

A Beatrice le gusta el color morado.
A Beatrice le gusta que la acaricien el pelo.
A Beatrice le gusta que la besen en el cuello.
A Beatrice le gusta suspirár en la oscuridad.
A Beatrice le gusta que la muerdan los pezones.
A Beatrice le gusta salir a la calle cuando amanece.
A Beatrice le gusta comer piruletas de fresa.
A Beatrice le gusta beber zumo de melocotón.
A Beatrice le gusta tumbarse al sol los lunes por la mañana.
A Beatrice le gusta hacer el amor sobre la mesa del salón.
A Beatrice le gusta su peluche de oso panda.
A Beatrice le gusta el Martini Rosso.
A Beatrice le gusta besar detrás de la oreja.
A Beatrice le gusta sentir el brillo de la luna sobre su piel.
A Beatrice le gusta conducir por el centro.
A Beatrice le gusta su Vespa color beige.
A Beatrice le gusta bañarse en el mar por la noche.
A Beatrice le gusta gemir de placer.
A Beatrice le gusta su vestido color verde.

¿Quieres conocer a Beatrice?

Rojo puta.

Se acercó a él hasta que sus labios rozaron su oreja.
-¿Sabes qué? Los hombres sois todos unos cabrones.- Hizo una pausa y sonrió.- Asique, me haré lesbiana.
Antes de separarse de él le mordió el lobulo de la oreja, dejando marcados sus labios de color carmín. Movió la cabeza alborotandose el pelo corto y le volvió a mirar con espectación. El estaba parado, tieso. Le sonrió sarcásticamente.
-¿Qué pasa, ahora no te mueves?
-Me has dejado... Alucinado.
-Que novedad. Sabes perfectamente lo bien que se me da ponerte cachondo.
La miró a los ojos.
-¿Por qué me haces esto?
Se rió en voz baja y se acercó más a él.
-Es divertido.

sábado, 15 de agosto de 2009

Las noches sin estrellas nublan mis sentidos

Hoy he tenido una pesadilla horrible. En ella aparecia el malo de la serie Pesadillas. Me cogía de el cuello de la camisa me atraía hacia él y me sacaba el corazón de cuajo. Me he despertado de golpe, con calor y mucho, mucho dolor en el pecho. Me he llevado la mano hacia el lado izquierdo y he notado que había un liquido. Sangre. En el lugar donde debía estar mi corazón latiendo no habia más que un hueco. Un hueco del tamaño de un puño y con los bordes cicatrizandose. Me volví a dormir. En la oscuridad de la noche suspiré profundamente y sonreí. ¿Quién necesita ese mísero órgano para vivir?



jueves, 13 de agosto de 2009

Felicidad bajo el sol de primavera.

La sonrisa que siempre la acompaña está más brillante hoy. Sus ojos lucen como pequeñas estrellitas de color verde oscuro. Sus ojeras, más pronunciadas de lo normal, la estropean el rostro perfecto. Sin embargo, ya que el motivo de estas marcas es una noche de diversión, solo consiguen remarcar más su belleza. Se mira las uñas. Azules y resquebrajadas. También le gustan. Dejando atrás su preocupación por la laca de uñas, va corriendo a los columpios a divertirse. Sigue sonriendo. Siempre sonriendo.

domingo, 9 de agosto de 2009

El placer y las lágrimas no son compatibles.

El sendero estaba mojado debido a la lluvia. Recorrí el camino hastal la puerta de la mansión sorteando charcos. Aun llevaba puestas las chanclas y el traje de baño. Llevaba el pelo, todavía humedo, recogido en una coleta y la unica prenda que me aislaba del frio era un vestido color rosa pálido. El enorme caserón con aspecto abandonado me esperaba como única guarida para protegerme de la lluvia. Me acerqué al buzón que había junto a la puerta de entrada y pude ver que se había abierto hacía relativamente poco tiempo. Saqué un manojo de llaves de mi bolsa y con la más pequeña abrí la diminuta cerradura. Metí la mano en el interior y busqué a tientas el correo. Algo me pinchó en el dedo indice. Retiré la mano instintivamente y me agaché para comprobar con qué me había herido. Perpleja, me di cuenta de que el causante de que brotaran diminutas gotas de sangre de mi dedo era una de las espinas de una perfecta rosa de color blanco. La saqué con cuidado de no pincharme de nuevo y la observé. Él había vuelto. Y había llegado el momento que yo tanto había estado esperando. Me encontré la puerta de entrada entreabierta. Mi respiración, que antes era agitada, iba relajandose poco a poco. El único sonido que se podía apreciar era la lluvia cayendo en el exterior. Recorrí el caserón despacio, sin necesidad de apresurarme, porque ya sabía lo que iba a venir a continuación. A medida que me internaba en la casa, el sonido de la lluvia iba apagandose, dejando paso a los latidos de mi corazón. Entré en el salón principal y me di la vuelta. Ahí estaba él, como ya había supuesto. Llevaba puesta una camiseta blanca que le marcaba los abdominales y unos vaqueros desgastados. Completaba su atuendo con unas deportivas. El pelo moreno le resaltaba su piel marmorea. Portaba una extraña sonrisa en los labios, la cual a la vez, adoraba y me hacía sentir escalofrios. Se acercó a mi. A cada paso que daba notaba, más y más, como el final de todo esto estaba cerca. Cuando estuvo frente a mi, tan cerca que mi nariz podía rozar la suya, su sonrisa se hizo más amplia.
-Estás incluso más guapa que la última vez.- Pasó su mano por detrás de mi espalda.Todo lo que llevaba en las manos se me cayó pobocando un gran estruendo. Acercó sus labios a los mios y me besó. De una forma dulce y apasionada, tal y como lo recordaba. Se apartó un poco de mi sin soltarme.- Ymis besos siguen probocando en tí el mismo efecto, por lo que veo.
Suspiré. Tenía razón. A pesar de todo, seguia sintiendo una ernorme atracción por él.
-Bueno, creo que ya sabes lo que viene a continuación, ¿Verdad?- Bajé la mirada. Las lagrimas empezaron a brotar de mis ojos.-Vamos, no llores, estropearás nuestra última vez.
Volvió a besarme. Lentamente, subió sus manos hasta los tirantes de mi vestido y los bajó hasta los brazos. Desabrochó la cremallera lateral y dejó que la prenda callera al suelo, rozando mi piel. Me quedé en traje de baño frente a él. Con una mano me quitó la goma del pelo dejando que mi pelo humedo callera en cascada hasta la mitad de la espalda; mientras, con la otra empezó a recorrer todas las curvas de mi cuerpo. Me recostó sobre el sofá y siguió besandome. Primero en la boca, luego en el cuello y finalmente en el escote. Suspiré de placer y me resigné. Me haría el amor por última vez y yo no me resistiría. ¿Qué podía importarme, si despues de ello iba a estar muerta?

jueves, 6 de agosto de 2009

¿Almas gemelas? No, gracias.

Mostrarme indiferente ante todo este asunto no era más que otra forma de reducir el dolor y crear una invisible barrera en mi corazón, pensé. Estaba sentada mirando al mar. En él personas desconocidas celebraban su felicidad incierta, solos o en compañía. Tenía un libro en mis rodillas pero me era imposible concentrarme durante más de dos líneas seguidas. Por esto, y para paliar la inseguridad de mis pensamientos, decidí ponerme a escribir en un pequeño cuaderno que siempre llevaba conmigo. Éste, al ser mi única via de escape de la realidad, estaba repleto de escritos en los que expresaba de la forma más concisa posible, mis vulnerables sentimientos y problemas. Miré hacia el mar. En la orilla había conchas y piedras de diferentes tonalidades. Mis pensamientos se dirigieron de repente hacía mi casa, mi habitación. Más concretamente, mi armario. En él, dentro de una caja rosa con dibujos de cupidos, estaba esa pequeña concha blanca que había recogido, meses atrás de una playa similar a la que me encontraba. No es nada fácil encontrar dos conchas iguales y menos en playas distintas. Pero yo lo hice. En el momento en el que, mientras observaba todas las que había recogido, me di cuenta de que era identicas, pensé en él. En la persona que, en ese momento, solía ocupar la mayoria de mis pensamientos. Decidí que sería un regalo para él. En la mia escribí nuestras iniciales y la guardé en el monedero. La otra, dado que iba a regalarsela, la metí en una cajita entre algodones, con miedo a que se rompiera. Inconscientemente, al regalarle una de las conchas gemelas, era una forma de paliar las diferencias que existian entre nosotros. Eramos completamente diferentes. Noche y día, luz y oscuridad, blanco y negro. Quizá por eso me gustaba tantisimo. Suspiré. Esos recuerdos no eran dolorosos, pero tampoco me agradaban, ya que desgraciadamente eran solo eso, recuerdos. Undí mis pies en la arena y miré hacía el mar. La marea había subido considerablemente en solo un momento. Un niño se me acercó.
-¿Qué haces?
-Escribo- Le contesté sin mirarle.
-¿Eres escritora?- Dijo muy serio.
-No- Se me escapó una sonrisa.- Pero cuento historias con sabor a caramelo.
-¿Con sabor a caramelo?¿Cómo tu sonrisa, entonces?
Le miré muy sorprendida.
-Si
-¿Me cuentas alguna?
-Claro- Sonreí.
Se sentó a mi lado. Miré al mar y suspiré. Cerré mi cuaderno y empecé mi relato.
-¿Conoces el cuento de Caperucita de Colores?- Le pregunté sonriendo.

domingo, 2 de agosto de 2009

Y los sueños, sueños son.

Todas las noches soñamos. Aunque no lo recordemos, todos los dias nuestra mente trabaja también por la noche, creandonos en la cabeza imagenes, situaciones e incluso dialogos que nunca existieron. Una vez me contaron que solo recuerdas lo que has soñado cuando tu sueño es interrumpido a la mitad. Si el sueño termina, al despertarte nunca te acordarás de él. En este caso, me acuerdo perfectamente de lo que he soñado esta noche. Y se antojaba tan real que me da miedo.
Pasó su brazo por detrás de mis hombros y se fue acercando poco a poco. Nuestros labios se encontraban peligrosamente cerca, yo le respiraba a él y él me respiraba a mi. A cada respiración me dolía más el pecho. Estaba ansiosa por besarle. Tenía tantas ganas...
Mi madre me despertó a rato, pero aun podía sentirle a mi lado tan cerca de mi que me daba escalofrios. Al parecer, si antes de dormirte piensas en algo que te obsesiona, acabas soñando con ello. Yo no podía alejar de mi cabeza esos malditos celos que tantas cosas acaban estropeando. Mi forma de ser es así, y por mucho que intente cambiar, eso es algo que tendré siempre conmigo. El sueño fue bonito, mientras duró claro. Despertó en mi unos sentimientos que creía muertos desde hace algún tiempo. Me da miedo volver a sentir todo eso. Pero de momento estoy tranquila. Porque la vida es sueño y los sueños, sueños son.

sábado, 1 de agosto de 2009

Si das vueltas muy rápido, te marearás.

(O de como el pequeño Montesquieu me contó sus inicios de viaje.)


La resuelta voz de Montesquieu inundó todos mis sentidos. Me contó que, al parecer, mis padres no podían verle y que la gran mayoria de la gente del aeropuerto tampoco podía hacerlo. Me habó cómo llegó a mi mochila, de su viaje a New york y de qué estaba haciendo en la Tierra. También me contó como era Ninguna Parte y como vivía antes con sus padres. Me contó que en Ninguna Parte cultivan algodón de azucar y beben zumo de cereza.Y así, él hablando y yo escuchando, nos pasamos todo el viaje en taxi. Mis padres estaban absortos en su conversacion y yo miraba como absorta el paisaje, pero en realidad miraba fijamente a Montesquieu que estaba sentado en el borde de la ventana. De pronto pegó un salto y se posó sobre mi regazo.

-Perdoneme, Zelah, pero temo por mi integridad física, dado que el viento me puede zarandear.

Yo asentí sonriente. No podía contestar a nada, o mis padres me preguntarian. Llegamos a mi casa, un chalet situado en las afueras de Madrid, y bajamos las maletas. Por señas, le aconsejé que se metiera de nuevo en el bolsillo izquierdo y, en cuanto lo hubo hecho, lo cerré dejando solo un hueco para que respirara. Entré la primera en casa y subí a mi habitación. Rápidamente abrí la mochila y le dejé salir con cuidado.

-Cielos, creo que me he mareado.- Dijo poniendose la mano en la frente

-Esque si das vueltas en el coche, lo más normal es que te mareés.

-Mas, ¡Yo no hice tal cosa!

-Tu no-Dije soltando una carcajada- Pero mi mochila y yo si.

Rebusqué en mis cajones y di con lo que quería rápidamente.

-Mira.- Le tendí una camara de fotos digital antigua que ya no usaba puesto que me habian regalado una profesional.- Esto es para ti. Así podrás hacerle fotos a todos los sitios que visites. Cuidala bien.

-¡Oh! ¡Mil gracias, señorita Zelah! Le estaré eternamente agradecido.- Contestó con una sonrisa.

-De nada.- Sonreí también.- Y ahora, busquemos un sitio para que duermas.

-Me agradaría mucho dormir en el jardín, si puede ser, claro.

-Por supuesto. Ven.

Nos dirigimos escaleras abajo y enseguida llegamos al jardín. Me acerqué a las macetas más alejadas de la puerta y se las mostré.

-¿Que te parece este sitio?

-Realmente perfecto. Muchisimas gracias, Zelah.

-¿Estarás bien aqui?

-Claro.- Y sacó una foto al rincón de las macetas.

-Buenas noches entonces.- Dije ya en la puerta.

-Buenas noches.-

Se acomodó placidamente entre dos macetas grandes y se quedó dormido. Y así es como el pequeño Montesquieu empezó a vivir conmigo. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu.

Como un peine y un cepillo.

-¿Qué se supone que estás haciendo?
-Nada.
-¿Cómo que nada? ¡Estás espiandole!
-¿Y qué? Dejame en paz.
-¿Y qué? Él ya no es nada para tí.
-Lo se.
-¿Entonces?
-Dejame
-No, no te dejo. ¿Piensas qué es correcto hacer estas cosas?
-No tiene nada de malo
-Mentira. Te dolerá. Y mucho.
-Lo se
-¿Y por qué lo haces, pues?
-Porque quiero
-Mentira. Esa frase es incorrecta. Es porque le quieres.
-No digas tonterias.
-¿Acaso es eso falso?
-Si.
-Eso si que es una mentira
-Solo le deseo
-¿Acaso no son el deseo y el amor primos hermanos?
-No es lo mismo.
-Si que lo es. Es como un peine y un cepillo
-¿Cómo?
-Si, un peine y un cepillo. Son practicamente iguales, y por muchas vueltas que les des acabarán sirviendo para lo mismo.
-Dejame en paz.
-Soy tu conciencia y tu sentido común, ¿Cómo voy a dejarte en paz?

viernes, 31 de julio de 2009

Intrusos en mi mochila

(O de como conocí al pequeño Montesquieu)
Mis padres me lo prohibian todo. Correr, saltar, gritar, hacer piruetas, girar e incluso hasta sorprenderme. Me aburria mucho. Ellos hablaban educadamente con unos conocidos que nos acababamos de encontar en medio del aeropuerto. ¿Y nuestras maletas que, eh? Solo de imaginarme a mi pequeña mochila rosa, sola, dando vueltas en la cinta, me daba panico. ¿Y si alguien se la llevaba por error? No podría volver a jugar con mis muñecas. Ni podría volver a abrazar a mi osito preferido. Oí como mis padres se despedian y la pareja se alejaba hacía la puerta. Ellos ya tenían sus maletas. ¿Por qué yo no podía tener mi mochila rosa? Mi madre me cogió la mano y nos dirigímos hacía la cinta. Vi desde lejos mi mochila dando vueltas y vueltas. Me solté de la mano de mi madre y salí corriendo a por ella, dejandoles atrás. La rescaté antes de que una maleta gigante la aplastara y la estrujé con fuerza contra mi. De pronto de dentró salió un sonido. Algo así como "¡Ouch!". Aparté la mochila de mi cuerpo y la observé. Todo estaba en orden. Todo... escepto que de uno de los bolsillos sobresalía un sombrero de copa de color verde. Me quedé perpleja. Mis padres se acercaron a mi y les dije disimulando que me iba a sentar a los bancos de enfrente de la cinta. Cuando llegué hasta la otra punta de la sala me senté en el suelo. Abrí despacio la mochila, con algo de miedo diría yo. Dentro del bolsillo de la izquierda no solo había un gorro verde si no, que también había un abrigo del mismo color. Y una pequeña maleta de cuero. Abrí un poco más el bolsillo. En su interior había un ser, un tipo de criatura que no había visto jamás. Tenía la nariz algo puntiaguda. Los ojos grandes y verdes. Medía entre cincuenta y setenta centimetros. Y me miraba como aturdido.
-¿Te ocurre algo? ¿Por qué estás en mi mochila rosa?
-¿Acaso puede usted verme?
-Por supuesto que puedo verte. Pero sigues sin contestar a mis preguntas.-Ese es uno de mis defectos. Nunca me olvido de ninguna pregunta, como "El principito"
-Pues no, me encuentro bien gracias- Dijo saliendo de un salto.- Ahora, con su permiso, he de irme.- Se alisó el abrigo verde e hizo una reverencia.
-¡Espera! Aun no has contestado a mi segunda pregunta.
-Mi nombre es Montesquieu- Volvio ha hacer la reverencia, pero esta vez, quitandose el sombrero.- Y vengo de Ninguna Parte. Me hallaba en su mochila simplemente por comodidad, espero no haberla molestado.
-No, en absoluto. Solo me sorpredió encontrarte-dije sonriendole- Yo me llamo Zelah
-Zelah... Un nombre verdaderamente inquietante. Suena a zumo de cerezas y arandanos maduros
-Gracias, nunca habían hecho una comparación tan bonita de mi nombre.
-De nada, señorita. Y, bueno, con su permiso, me retiro.
-¡No! ¿No me vas a contar como llegaste a mi mochila?
-¡Oh! ¿De verdad que la interesan mis historias?
-¡Claro!
Y así es como Montesquie me relató la historia de su viaje y sus primeras aventuras. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu

jueves, 30 de julio de 2009

El pequeño Montesquieu

Montesquieu no es algo que se pueda apreciar fácilmente con los ojos. Solo si eres una persona de corazón realmente puro podrás conocer a Montesquieu. Pero, no adelantemos acontecimientos. Empecemos por el principio.
Montesquieu no es una persona. Tampoco es un duende. Ni un gnomo. Ni ningún tipo de ser imaginario en el que puedas pensar. Montesquieu es un pequeño ser sin nombre. Nació en la noche de Año nuevo en Ninguna Parte. Ninguna Parte es un adorable comarca situada en las nubes. Allí no existe el mal y la comida más típica es el algodón de azucar. Todos conocen a todos, las fiestas se celebran por todo lo alto y se bebe zumo de cereza. Los padres de Montesquieu eran dos agricultores. En las tierras de Ninguna Parte el cultivo de algodón de azucar es una parte muy importante de la economía. Si no, ¿De dónde pensabais que venían tales cantidades de ese riquisimo dulce? Pues de Ninguna Parte, por supuesto. Bueno, volviendo a nuestra historia. Los padres de Montesquieu le llamaron así por dos motivos. Primero, eran unos lectores empedernidos, y a Luzmila, su madre, le apasionaba el tema de las leyes humanas. El autor que llevaba el mismo nombre que su hijo fue el primer impulsor de la separación de poderes. También, era un filósofo ilustrado que abrió los ojos de muchos con sus novedosas ideas y eso era muy importante para ambos. La otra razón era que simplemente, les gustó la idea de usar un apellido como nombre y más, si era francés.
La infancia de Montesquieu no fue fácil. Pero tampoco fue difícil. Fue una infancia normal y corriente, en la que se tienen amigos y enemigos. En la que hay gente con la que compartes tu bocadillo y hay gente que te lo quita por la fuerza. Cuando llegó su adolescencia sus padres decidieron que se habían cansado de Ninguna Parte y empezaron a viajar por el mundo, dejando a Montesquieu con su abuela. Ésta, entre la sordera y la ingenuidad propia de todas las abuelas, le permitia cuanquier cosa, por lo que el joven Montesquieu empezó a revolucionarse, eso si, sin despistarse en sus estudios. Cuando terminó su etapa educativa decidió seguir el ejemplo de sus padres y ponerse a viajar. Y viajando es como conocí a Montesquieu. Del tamaño de un cepillo del pelo y vestido con un abrigo verde hasta los pies, portaba una maleta de cuero desgastado con pegatinas, entre las cuales destacaba una bastante grande en la que ponía "I Love NY". En estos momentos, se aloja entre las plantas de mi jardín y aun les escribe cartas a sus mejores amigos. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu.

miércoles, 29 de julio de 2009

Efímeros golpes del destino trazados en papel

Había una vez una niña llamada Carlota. Esta niña tenía el cabello dorado como los rayos del sol y las mejillas sonrosadas del color de las manzanas maduras. Vivía con sus padres en una casa junto a la montaña. No tenía amigos. Tampoco los necesitaba. Sus amigos eran los libros. Vivía con sus personajes, disfrutaba sus historias y los releia una y otra vez. Pero en la vida de Carlota no todo era de color de rosa. Estaba enferma. Sus padres, que no eran aficionados a la medicina moderna, no querian llevarla a un medico. Por eso la vida de Carlota se consumía poco a poco. Pero ella, seguía con sus libros, como si viviera en un universo paralelo en el que nada malo podría pasar. Un día Carlota decidió explorar nuevos lugares para pasar la tarde. Caminó un buen rato hasta encontrarse con un enorme sauce llorón. Era una pradera muy iluminada. Las plantas crecían silvestres y hacía un clima agradable. Y justo en frente del sauce había un espantapajaros. Estaba vestido con un peto vaquero de color azul y tenía el pelo hecho de lana. Pero lo más sorprendente de este espantapajaros era que su mano derecha brillaba especialmente. Carlota se acercó a observarlo. La extremidad del muñeco estaba hecha de cristal. Un cristal transparente y aparentemente nuevo. Se quedó impresionada con ese nuevo descubrimiento y a partir de ese día, decidió que ese sería su nuevo lugar para leer. Todas las tardes cogía un libro y se despedía de sus padres para irse a sentar bajo el sauce y frente al espantapajaros. Carlota disfrutaba del brillo del espantapajaros de cristal y, de vez en cuando apartaba la vista de su libro para mirarle mientras le sonreia. Así empezaron a pasar los dias. Y los meses. Hasta la llegada del imvierno. La fria nieve cubrió el prado del espantapajaros de cristal con un manto blanco, pero eso no fue motivo para que Carlota dejara de visitar cada día a su amigo para compartir con él sus aventuras y la de sus personajes favoritos. El invierno también trajo consigo el agravamiento de la enfermedad de Carlota. Pero ella, persistentemente, seguía llendo cada día a verle. En el prado del sauce solo se escuchaba el sonido de las hojas del libro de Carlota al pasar y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal. La pequeña empeoraba día a día. Sus padres empezaron a preocuparse y la prohibieron salir de casa. Pero ella hizo caso omiso a sus advertencias y siguió yendo a leer junto al espantapajaros. Hasta el día en el que Carlota no volvió a casa. Sus padres estaban muy preocupados, ella nunca era impuntual. Salieron a buscarla durante toda la noche. La hayaron recostada sobre el espantapajaros con un libro entre las manos. Tenía los ojos cerrados y la piel muy fria y palida. Pero en sus labios se podía apreciar una sonrisa. Y como último acto en vida, con una de sus pequeñas manos, sujetaba la del espantapajaros hecha de cristal. A partir de ese momento nadíe volvió a visitar el prado del sauce. Pero aun se dice que si te sientas bajo el árbol y cierras los ojos puedes escuchar el sonido de las páginas del libro de Carlota y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal.

martes, 28 de julio de 2009

Caperucita de Colores

Abrí la puerta de su habitación para comprobar si se había dormido ya. Al verla con los ojos abiertos de par en par me acerqué.
-¿No te duermes, peque?
-Esque... ¡No tengo sueño!
-¿Quieres que te cuente un cuento para ver si te entra sueño?
-¡Si!- Dijo sonriendome. Con ese gesto dejó ver los huecos de los dientes delanteros, que ya le faltaban.
-Veamos... Te contaré el cuento de Caperucita.
-¿Qué? ¡No! ¡Ese ya me le se!
-Shh calla y escucha. Porque este no te lo sabes. Te voy a contar lo que pasó cuando caperucita se hizo mayor.
Me sonrió de nuevo desde la cama, me senté en la silla de su escritorio y empecé a contarselo.
-Había una vez una niña que vivía con su madre, el una cabaña en medio del bosque. Nadie sabía su nombre, pero todos la llamaban Caperucita Roja. Y la llamaban así porque siempre llevaba puesta una capa con una caperuza de ese color. Un buen día Caperucita Roja se hartó de ser Caperucita Roja. Asique rompió su hucha de cerdito y se fue a la tienda de telas del pueblo. Allí compró telas de seis colores y se las llevó a su Abuelita para que la cosiera seis caperuzas nuevas. Caperucita salió muy contenta de casa de su Abuela con sus seis nuevas prendas y la prometió que la recompensaría con un delicioso pastel de chocolate. Pero Caperucita no había contado con que a su madre no la gustaban sus innovadoras ideas. Las caperuzas de colores le parecieron algo horrendo y se las prohibió. La pobre niña estaba tan triste que decidió hacer algo, aunque estubiera mal. Se cambiaría de capa cada día al salir de casa. Así los dias fueron pasando y Caperucita se cambiaba su caperuza a escondidas. Tenía una para cada día de la semana. Los lunes, para empezar bien la semana, elegía siempre la naranja. Los martes, la amarilla. Los miercoles, la morada. Los jueves, la verde. Los viernes, la rosa. Los sabados, la azul y, finalmente, los domingos, se ponía la roja para que su madre no la regañara. Un buen dia, mientras se ponía su caperuza verde para salir, decidió ir a merendar junto al arroyo. Mientras estaba tranquilamente comiendose una rosquilla glaseada apareció un chico de entre los arbustos. Este chico era su vecino y vivía en la casa de las flores azules. Al verla sentada y vestida de verde, la sonrió. La pequeña Caperucita se quedó prendada de su sonrisa y a partir de ese momento, todos los días, merendaban juntos en el prado del arroyo. Cada dia Caperucita preparaba deliciosos manjares para dos y disfrutaban de la tarde en compañía del otro.
-¿Y... se daban besos?-Dijo riendose tímidamente.
-No. El Niño sin nombre comía a su lado. Y la decía que tenía una sonrisa preciosa. ¡Pero no me interrumpas!
-Vale, vale. Continua.
-Bueno. Todas las tardes merendaban juntos. Y cada vez Caperucita se esmeraba más en sus comidas. Cada día llevaba algo distinto. Un día Caperucita iba muy contenta a su encuentro diario con el Niño sin nombre. En su cesta llevaba una deliciosa tarta de queso con mermelada de frambuesa. Esperó y esperó. Pero el Niño sin nombre no volvió a aparecer.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Se había muerto?
-No. Se había ido con una niña que, al parecer, abrazaba bien.
-Pues vaya...
-¡Shh!
-Vale sigue, sigue.
-Caperucita recogió sus cosas con lágrimas en los ojos y volvió a casa. Se pasó dos dias encerrada en su habitación. No quería comer. No quería hablar con nadie. Solo quería estar sola y llorar. El tercer día, cuando se dio cuenta de que no la quedaban más lágrimas decidió que todo lo que le estaba pasando no merecía la pena. Se volvió a vestir todos los dias con sus caperuzas de colores. Y lo que era más importante, volvió a lucir esa preciosa sonrisa que tanto le gustaba al Niño sin nombre. Sabía que en su vida habría muchisimos niños de sonrisas relucientes. Y a partir de ese momento nadie volvió a llamarla Caperucita roja. Ella era Caperucita de Colores y solo con ver su sonrisa, cualquiera la recocería.

-Pues vaya. Yo quería que se quedara con el Niño sin nombre.
-Creemé que a veces es muchisimo mejor así.
-No se yo...
Me reí distraidamente y la alboroté el pelo.
-Anda y ahora duermete, que ya es hora.
-Vale, buenas noches- Dijo sonriendome
-Buenas noches- Contesté desde la puerta.

domingo, 26 de julio de 2009

Quiero quererte

Quiero estar a tu lado
Quiero verte sonreir mientras compartimos un helado en un banco
Quiero alborotar tu pelo con mis pequeñas manos
Quiero acariciar tu fria piel palida
Quiero perderme junto a ti por callejuelas sin nombre
Quiero sentir tu aliento en mi cuello
Quiero abrazarte
Quiero besarte hasta desgastarme los labios y que nos quedemos sin saliba
Quiero darte la mano al caminar
Quiero que todo sea junto a ti
Quiero ver como pasa el tiempo, siempre contigo
Quiero sentir tu corazón bajo la palma de la mano
Quiero que hagas que me sonroje con tus palabras bonitas
Quiero sentir escalofrios por todo el cuerpo cuando te sienta demasiado cerca
Quiero ver un anochecer contigo
Quiero ser solo yo para ti
Quiero quererte

Pero al parecer las cosas no son así.