lunes, 26 de octubre de 2009

La incoherencia más incoherente.

Innecesariamente me distraje con el vuelo de una mariposa que, sin razón alguna, se posó sobre un enorme cilindro y fue absorbida por los humos de la cuidad.
Increiblemente defectuoso es el silencio de su batir de alas mientras nosotros sonreiamos al sol.

martes, 20 de octubre de 2009

Música para sus oidos.

Beatrice adora los dias de lluvia en París. El cielo se vuelve gris perla y las azoteas más altas casi consiguen tocar las nubes. Muchas personas se deprimen, pero ella no. Su mini color amarillo girasol le da el brillo que le falta al paisaje. Le gusta aparcar en calles transitadas y abrir la ventanilla para que entre el agua mientras escucha su CD favorito. La lluvia es lo que más le gusta a Beatrice, detrás de la nieve. La nieve hace que todo brille mucho más que con su mini color amarillo girasol recorriendo las calles del centro. El color blanco lo cubre todo pero con lo que más disfruta Beatrice es saliendo a la calle antes de que París se despierte. Suele acercarse al parque que hay junto a su casa y dejar su paraguas azul en el suelo para irse a jugar tranquilamente. Cuando los primeros y más madrugadores niños salen a pasar un buen rato en los columpios se suelen encontrar con un muñeco de nieve, con ojos, nariz, ¡y con una bufanda y todo! Morada, una bufanda morada. En realidad es de Marie, pero Beatrice suele cogersela para salir y ella no se enfada. Pero volviendo a nuestro tema, Beatrice adora la lluvia. Y las tormentas grandes en las que el único ruido que se escucha es el de las gotas al caer. Hoy ha asomado la cabeza por la ventana del comedor y se le ha mojado tanto el pelo que ha tenido que envolverselo en una toalla. Ahora le duelen los oidos. Pero claro, la lluvia es su debilidad.


sábado, 17 de octubre de 2009

Nubes grises sobre Madrid.

Madrid tiene una forma especial de brillar cuando su cielo se llena de nubes. Estabamos sentados en un banco de piedra sin respaldo. La miraba con dulzura pero no me atrevía a rozarla. Ella me miraba con sus enormes ojos marrones interrogante, esperando mi respuesta.
-¡¿Leo?!- me dijo, soltando una pequeña carcajada
-Sí, sí. Mi comida favorita es el sushi.
-Oh, sushi- contestó casi relamiendose.
Nos miramos en silencio.
-En realidad, yo no era así, ¿sabes?- una sonrisa melancólica recorrió su rostro y retiró la mirada hacía algún punto del parque.
-¿Así cómo?-pregunte extrañado por su confesión.
-Si. así. Pero las cosas que me pasaron... me obligaron a cambiar. A luchar por todo y a vivir cada segundo.
La miré con tristeza y la besé lentamente en los labios. Me abrazó y se puso a llorar.
-Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias. Me habría gustado poder disfrutar mi vida entera a tu lado.
La abracé más fuerte. No sabía que decir.
-¿Sabes qué? Una de mis medicinas sabe a platano. Es un jarabe especial. Y sabe muy rico. Lo demás está malo, porque sabe a medicamento, pero este no.
-Lo superarás, ¿vale? Lo superaré contigo.
-No, Leo. Hazte a la idea ya, ¿vale? Voy a morir.
-No voy a permitir que mueras, Celia. Y si lo haces yo lo haré contigo.
-Gracias- Sonrió y se secó las lagrimas.- Te quiero.
-Y yo a ti.


miércoles, 7 de octubre de 2009

Miradas de nerviosismo

Eran una extraña pareja. Dos hombres, trajeados, cruzando una calle cualquiera sin prestar demasiada atención al trafico pero mirando a cada recodo de la avenida sin perder detalle alguno. Sus ojos paseaban nerviosamente por cada rincón. Me llamaron la atención. Uno de ellos llevaba un portafolios de cuero marrón. El otro un maletín del mismo material pero en color negro. Perfectamente podía apreciarse que no eran nuevos, es más destacaban en ellos rozaduras e incluso algún roto. Los trajes que llevaban puestos tampoco eran a estrenar. El más bajo de los dos tenia la barbilla salida y los labios se metian hacía dentro, como si no tuviera dientes. Tenía el pelo corto y escaso, con algunas entradas y de un grasiento color negro. En el otro destacaba su melena larga, hasta los hombros, y el color canoso de esta.

Entró en el metro con timidez, incluso se podría haber considerado miedo. Miraba nerviosamente a todos lados, como si algo o alguien fuera a avalanzarse sobre él de un momento a otro. Se apolló en una de las paredes del tren. Iba vestido de negro, con una camisa y unos pantalones impecables. No tenía apenas pelo.

Escrutaba cada rincón de la clase con nerviosismo. Estaba atacada. Tenía unos preciosos ojos verdes que se movian a ambos lados prestando atención a todo y a nada en especial. Era guapa, muy guapa y vestia con unos vaqueros anchos y una sudadera negra. Su pelo, rubio, caía en cascada sobre su espalda.


Adoro las miradas de la gente. Pero la que más adoro es la suya. Su mirada de deseo.

viernes, 2 de octubre de 2009

La sonrisa del desenfreno.

Me apreté el ceñido corsé negro y suspiré alisandome la minifalda. Necesitaba algo más. Emoción, aventura, diversión sin límites. Esa sensación que hace que la garganta sepa a hielo y los ojos se te abran como platos. Y que esa sonrisa tímida asome de mis carnosos labios, la sonrisa del desenfreno. Miré al chico que estaba sentado a mi lado y resoplé de aburrimiento. Me levanté sin hacerle ningún caso y me fuí, dejandole perplejo y en el sitio. Necesitaba emociones fuertes.
En la puerta del bar, apoyado junto a una columna negra, había un chico al que conocía de vista. Conflictivo, por encima de todos, sabía como encontrar problemas donde no los había. Pestañeé un par de veces y capté su atención. Iba ataviado con un abrigo negro hasta los pies y una bufanda del mismo color. Mis medias rotas y mi atuendo denotaban la necesidad por mi parte de llamar la atención. Su pelo era del color del cabón y su piel, pálida, destacaba por encima de todo. Descaradamente, me acerqué mucho a él y le acaricié la barbilla con el dedo indice. Con una sonrisa divertida, me agarró por la cintura y me condujo hacía la salida, donde nos esperaba su gigantesca moto.

El destino por amistad.

Marie es una de las personas que mejor conocen a Beatrice. Marie tiene el pelo rubio y la piel pálida, tirando a rosada. Llevan juntas todos los años de su vida, porque nacieron juntas. Si, si, y no son hermanas. Marie es una de las mejores amigas para siempre de Beatrice y aun así es como si fuera parte de su familia. Sus madres coincidieron en el mismo hospital y a partir de ahí fueron inseparables compañeras de juegos a mediodia en el parque de al lado de su casa. A los tres años coincidieron en el mismo colegio. Cuando tenian seis, sus madres cambiaron de hospital para tener a sus hermanos y volvieron a coincidir. Es raro. A Beatrice nunca le ha gustado la palabra destino, pero esque, aquí, es inevitable usarla. Tiene que ser el destino. Fueron mejores amigas toda la vida, hasta que Marie conoció a chicas más guays y se separó de la pequeña Beatrice. Pero dos años después retomaron la amistad exactamente por donde la habían dejado, o incluso con más fuerza. Ahora no se separan ni un momento y cuando pasan un fin de semana sin verse, ya se echan de menos. Marie está harta de Beatrice, dice que la tiene hasta en la sopa. Pero en el fondo, es su niña y nunca se cansará de ella (aunque Beatrice puede llegar a ser bastante pesada.) Ambas saben que vivirán juntas siempre y que una será la dama de honor de la otra cuando se case. Porque, claro, son como hermanas.



Beatrice quiere con locura a Marie.