viernes, 31 de julio de 2009

Intrusos en mi mochila

(O de como conocí al pequeño Montesquieu)
Mis padres me lo prohibian todo. Correr, saltar, gritar, hacer piruetas, girar e incluso hasta sorprenderme. Me aburria mucho. Ellos hablaban educadamente con unos conocidos que nos acababamos de encontar en medio del aeropuerto. ¿Y nuestras maletas que, eh? Solo de imaginarme a mi pequeña mochila rosa, sola, dando vueltas en la cinta, me daba panico. ¿Y si alguien se la llevaba por error? No podría volver a jugar con mis muñecas. Ni podría volver a abrazar a mi osito preferido. Oí como mis padres se despedian y la pareja se alejaba hacía la puerta. Ellos ya tenían sus maletas. ¿Por qué yo no podía tener mi mochila rosa? Mi madre me cogió la mano y nos dirigímos hacía la cinta. Vi desde lejos mi mochila dando vueltas y vueltas. Me solté de la mano de mi madre y salí corriendo a por ella, dejandoles atrás. La rescaté antes de que una maleta gigante la aplastara y la estrujé con fuerza contra mi. De pronto de dentró salió un sonido. Algo así como "¡Ouch!". Aparté la mochila de mi cuerpo y la observé. Todo estaba en orden. Todo... escepto que de uno de los bolsillos sobresalía un sombrero de copa de color verde. Me quedé perpleja. Mis padres se acercaron a mi y les dije disimulando que me iba a sentar a los bancos de enfrente de la cinta. Cuando llegué hasta la otra punta de la sala me senté en el suelo. Abrí despacio la mochila, con algo de miedo diría yo. Dentro del bolsillo de la izquierda no solo había un gorro verde si no, que también había un abrigo del mismo color. Y una pequeña maleta de cuero. Abrí un poco más el bolsillo. En su interior había un ser, un tipo de criatura que no había visto jamás. Tenía la nariz algo puntiaguda. Los ojos grandes y verdes. Medía entre cincuenta y setenta centimetros. Y me miraba como aturdido.
-¿Te ocurre algo? ¿Por qué estás en mi mochila rosa?
-¿Acaso puede usted verme?
-Por supuesto que puedo verte. Pero sigues sin contestar a mis preguntas.-Ese es uno de mis defectos. Nunca me olvido de ninguna pregunta, como "El principito"
-Pues no, me encuentro bien gracias- Dijo saliendo de un salto.- Ahora, con su permiso, he de irme.- Se alisó el abrigo verde e hizo una reverencia.
-¡Espera! Aun no has contestado a mi segunda pregunta.
-Mi nombre es Montesquieu- Volvio ha hacer la reverencia, pero esta vez, quitandose el sombrero.- Y vengo de Ninguna Parte. Me hallaba en su mochila simplemente por comodidad, espero no haberla molestado.
-No, en absoluto. Solo me sorpredió encontrarte-dije sonriendole- Yo me llamo Zelah
-Zelah... Un nombre verdaderamente inquietante. Suena a zumo de cerezas y arandanos maduros
-Gracias, nunca habían hecho una comparación tan bonita de mi nombre.
-De nada, señorita. Y, bueno, con su permiso, me retiro.
-¡No! ¿No me vas a contar como llegaste a mi mochila?
-¡Oh! ¿De verdad que la interesan mis historias?
-¡Claro!
Y así es como Montesquie me relató la historia de su viaje y sus primeras aventuras. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu

jueves, 30 de julio de 2009

El pequeño Montesquieu

Montesquieu no es algo que se pueda apreciar fácilmente con los ojos. Solo si eres una persona de corazón realmente puro podrás conocer a Montesquieu. Pero, no adelantemos acontecimientos. Empecemos por el principio.
Montesquieu no es una persona. Tampoco es un duende. Ni un gnomo. Ni ningún tipo de ser imaginario en el que puedas pensar. Montesquieu es un pequeño ser sin nombre. Nació en la noche de Año nuevo en Ninguna Parte. Ninguna Parte es un adorable comarca situada en las nubes. Allí no existe el mal y la comida más típica es el algodón de azucar. Todos conocen a todos, las fiestas se celebran por todo lo alto y se bebe zumo de cereza. Los padres de Montesquieu eran dos agricultores. En las tierras de Ninguna Parte el cultivo de algodón de azucar es una parte muy importante de la economía. Si no, ¿De dónde pensabais que venían tales cantidades de ese riquisimo dulce? Pues de Ninguna Parte, por supuesto. Bueno, volviendo a nuestra historia. Los padres de Montesquieu le llamaron así por dos motivos. Primero, eran unos lectores empedernidos, y a Luzmila, su madre, le apasionaba el tema de las leyes humanas. El autor que llevaba el mismo nombre que su hijo fue el primer impulsor de la separación de poderes. También, era un filósofo ilustrado que abrió los ojos de muchos con sus novedosas ideas y eso era muy importante para ambos. La otra razón era que simplemente, les gustó la idea de usar un apellido como nombre y más, si era francés.
La infancia de Montesquieu no fue fácil. Pero tampoco fue difícil. Fue una infancia normal y corriente, en la que se tienen amigos y enemigos. En la que hay gente con la que compartes tu bocadillo y hay gente que te lo quita por la fuerza. Cuando llegó su adolescencia sus padres decidieron que se habían cansado de Ninguna Parte y empezaron a viajar por el mundo, dejando a Montesquieu con su abuela. Ésta, entre la sordera y la ingenuidad propia de todas las abuelas, le permitia cuanquier cosa, por lo que el joven Montesquieu empezó a revolucionarse, eso si, sin despistarse en sus estudios. Cuando terminó su etapa educativa decidió seguir el ejemplo de sus padres y ponerse a viajar. Y viajando es como conocí a Montesquieu. Del tamaño de un cepillo del pelo y vestido con un abrigo verde hasta los pies, portaba una maleta de cuero desgastado con pegatinas, entre las cuales destacaba una bastante grande en la que ponía "I Love NY". En estos momentos, se aloja entre las plantas de mi jardín y aun les escribe cartas a sus mejores amigos. Pero eso es otra historia. Y tenemos mucho tiempo para hablar de Montesquieu.

miércoles, 29 de julio de 2009

Efímeros golpes del destino trazados en papel

Había una vez una niña llamada Carlota. Esta niña tenía el cabello dorado como los rayos del sol y las mejillas sonrosadas del color de las manzanas maduras. Vivía con sus padres en una casa junto a la montaña. No tenía amigos. Tampoco los necesitaba. Sus amigos eran los libros. Vivía con sus personajes, disfrutaba sus historias y los releia una y otra vez. Pero en la vida de Carlota no todo era de color de rosa. Estaba enferma. Sus padres, que no eran aficionados a la medicina moderna, no querian llevarla a un medico. Por eso la vida de Carlota se consumía poco a poco. Pero ella, seguía con sus libros, como si viviera en un universo paralelo en el que nada malo podría pasar. Un día Carlota decidió explorar nuevos lugares para pasar la tarde. Caminó un buen rato hasta encontrarse con un enorme sauce llorón. Era una pradera muy iluminada. Las plantas crecían silvestres y hacía un clima agradable. Y justo en frente del sauce había un espantapajaros. Estaba vestido con un peto vaquero de color azul y tenía el pelo hecho de lana. Pero lo más sorprendente de este espantapajaros era que su mano derecha brillaba especialmente. Carlota se acercó a observarlo. La extremidad del muñeco estaba hecha de cristal. Un cristal transparente y aparentemente nuevo. Se quedó impresionada con ese nuevo descubrimiento y a partir de ese día, decidió que ese sería su nuevo lugar para leer. Todas las tardes cogía un libro y se despedía de sus padres para irse a sentar bajo el sauce y frente al espantapajaros. Carlota disfrutaba del brillo del espantapajaros de cristal y, de vez en cuando apartaba la vista de su libro para mirarle mientras le sonreia. Así empezaron a pasar los dias. Y los meses. Hasta la llegada del imvierno. La fria nieve cubrió el prado del espantapajaros de cristal con un manto blanco, pero eso no fue motivo para que Carlota dejara de visitar cada día a su amigo para compartir con él sus aventuras y la de sus personajes favoritos. El invierno también trajo consigo el agravamiento de la enfermedad de Carlota. Pero ella, persistentemente, seguía llendo cada día a verle. En el prado del sauce solo se escuchaba el sonido de las hojas del libro de Carlota al pasar y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal. La pequeña empeoraba día a día. Sus padres empezaron a preocuparse y la prohibieron salir de casa. Pero ella hizo caso omiso a sus advertencias y siguió yendo a leer junto al espantapajaros. Hasta el día en el que Carlota no volvió a casa. Sus padres estaban muy preocupados, ella nunca era impuntual. Salieron a buscarla durante toda la noche. La hayaron recostada sobre el espantapajaros con un libro entre las manos. Tenía los ojos cerrados y la piel muy fria y palida. Pero en sus labios se podía apreciar una sonrisa. Y como último acto en vida, con una de sus pequeñas manos, sujetaba la del espantapajaros hecha de cristal. A partir de ese momento nadíe volvió a visitar el prado del sauce. Pero aun se dice que si te sientas bajo el árbol y cierras los ojos puedes escuchar el sonido de las páginas del libro de Carlota y el roce del viento con la ropa del espantapajaros de cristal.

martes, 28 de julio de 2009

Caperucita de Colores

Abrí la puerta de su habitación para comprobar si se había dormido ya. Al verla con los ojos abiertos de par en par me acerqué.
-¿No te duermes, peque?
-Esque... ¡No tengo sueño!
-¿Quieres que te cuente un cuento para ver si te entra sueño?
-¡Si!- Dijo sonriendome. Con ese gesto dejó ver los huecos de los dientes delanteros, que ya le faltaban.
-Veamos... Te contaré el cuento de Caperucita.
-¿Qué? ¡No! ¡Ese ya me le se!
-Shh calla y escucha. Porque este no te lo sabes. Te voy a contar lo que pasó cuando caperucita se hizo mayor.
Me sonrió de nuevo desde la cama, me senté en la silla de su escritorio y empecé a contarselo.
-Había una vez una niña que vivía con su madre, el una cabaña en medio del bosque. Nadie sabía su nombre, pero todos la llamaban Caperucita Roja. Y la llamaban así porque siempre llevaba puesta una capa con una caperuza de ese color. Un buen día Caperucita Roja se hartó de ser Caperucita Roja. Asique rompió su hucha de cerdito y se fue a la tienda de telas del pueblo. Allí compró telas de seis colores y se las llevó a su Abuelita para que la cosiera seis caperuzas nuevas. Caperucita salió muy contenta de casa de su Abuela con sus seis nuevas prendas y la prometió que la recompensaría con un delicioso pastel de chocolate. Pero Caperucita no había contado con que a su madre no la gustaban sus innovadoras ideas. Las caperuzas de colores le parecieron algo horrendo y se las prohibió. La pobre niña estaba tan triste que decidió hacer algo, aunque estubiera mal. Se cambiaría de capa cada día al salir de casa. Así los dias fueron pasando y Caperucita se cambiaba su caperuza a escondidas. Tenía una para cada día de la semana. Los lunes, para empezar bien la semana, elegía siempre la naranja. Los martes, la amarilla. Los miercoles, la morada. Los jueves, la verde. Los viernes, la rosa. Los sabados, la azul y, finalmente, los domingos, se ponía la roja para que su madre no la regañara. Un buen dia, mientras se ponía su caperuza verde para salir, decidió ir a merendar junto al arroyo. Mientras estaba tranquilamente comiendose una rosquilla glaseada apareció un chico de entre los arbustos. Este chico era su vecino y vivía en la casa de las flores azules. Al verla sentada y vestida de verde, la sonrió. La pequeña Caperucita se quedó prendada de su sonrisa y a partir de ese momento, todos los días, merendaban juntos en el prado del arroyo. Cada dia Caperucita preparaba deliciosos manjares para dos y disfrutaban de la tarde en compañía del otro.
-¿Y... se daban besos?-Dijo riendose tímidamente.
-No. El Niño sin nombre comía a su lado. Y la decía que tenía una sonrisa preciosa. ¡Pero no me interrumpas!
-Vale, vale. Continua.
-Bueno. Todas las tardes merendaban juntos. Y cada vez Caperucita se esmeraba más en sus comidas. Cada día llevaba algo distinto. Un día Caperucita iba muy contenta a su encuentro diario con el Niño sin nombre. En su cesta llevaba una deliciosa tarta de queso con mermelada de frambuesa. Esperó y esperó. Pero el Niño sin nombre no volvió a aparecer.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Se había muerto?
-No. Se había ido con una niña que, al parecer, abrazaba bien.
-Pues vaya...
-¡Shh!
-Vale sigue, sigue.
-Caperucita recogió sus cosas con lágrimas en los ojos y volvió a casa. Se pasó dos dias encerrada en su habitación. No quería comer. No quería hablar con nadie. Solo quería estar sola y llorar. El tercer día, cuando se dio cuenta de que no la quedaban más lágrimas decidió que todo lo que le estaba pasando no merecía la pena. Se volvió a vestir todos los dias con sus caperuzas de colores. Y lo que era más importante, volvió a lucir esa preciosa sonrisa que tanto le gustaba al Niño sin nombre. Sabía que en su vida habría muchisimos niños de sonrisas relucientes. Y a partir de ese momento nadie volvió a llamarla Caperucita roja. Ella era Caperucita de Colores y solo con ver su sonrisa, cualquiera la recocería.

-Pues vaya. Yo quería que se quedara con el Niño sin nombre.
-Creemé que a veces es muchisimo mejor así.
-No se yo...
Me reí distraidamente y la alboroté el pelo.
-Anda y ahora duermete, que ya es hora.
-Vale, buenas noches- Dijo sonriendome
-Buenas noches- Contesté desde la puerta.

domingo, 26 de julio de 2009

Quiero quererte

Quiero estar a tu lado
Quiero verte sonreir mientras compartimos un helado en un banco
Quiero alborotar tu pelo con mis pequeñas manos
Quiero acariciar tu fria piel palida
Quiero perderme junto a ti por callejuelas sin nombre
Quiero sentir tu aliento en mi cuello
Quiero abrazarte
Quiero besarte hasta desgastarme los labios y que nos quedemos sin saliba
Quiero darte la mano al caminar
Quiero que todo sea junto a ti
Quiero ver como pasa el tiempo, siempre contigo
Quiero sentir tu corazón bajo la palma de la mano
Quiero que hagas que me sonroje con tus palabras bonitas
Quiero sentir escalofrios por todo el cuerpo cuando te sienta demasiado cerca
Quiero ver un anochecer contigo
Quiero ser solo yo para ti
Quiero quererte

Pero al parecer las cosas no son así.

Si al mirar descubres que no puedes ver nada...

Querida Z.:

Este breve escrito es solo para aclararte de la foma más concisa posible los acontecimientos en los cuales nos vimos involucrados hace ya un par de meses. La primera vez que te vi fue en el café de la calle Spooner. ¿Recuerdas la adorable música que sonaba por aquella epoca en aquel pequeño establecimiento? Deliciosa, ¿verdad? Estoy completamente seguro de que tus esquisitos gustos musicales no han cambiado lo más mínimo en todo este tiempo. Bueno, como te iba diciendo. La primera vez que te vi en el café Meriland fue para mi como una revelación divina. Eras un verdadero ángel venido del cielo para salvar a este pobre desgraciado de alma oscura. Mi vida antes de conocerte era, sin duda, un amasijo de mentiras y desaciertos, que aun intento olvidar de una manera o de otra. La visión de tu bello rostro bajo esos focos fue para mi una iluminación. Decidí a partir de ese momento que debia conocerte. El señor Mayers me proporcionó la oportunidad de idear un casual encontronazo contigo en la calle paralela, en el pequeño mercado de Dusting. Verte sin tus vestimentas de trabajo solo consiguió que mi idealizada imagen de ti mejorara por momentos. Me dirigía a tu compás buscando el momento adecuado para poder hablarte. Sin embargo, en un giro inesperado del destino, tu apareciste del brazo de otro hombre, Adrian, un buen amigo mio. Mi desesperación se tornó en rabia. Yo sabía que tu le amabas, pero estaba ciego de ira y celos. Por ello Ideé un plan sin fisuras para conseguir que Adrian nos presentara. El dia cinco de Enero seria la fecha para tal acontecimiento. Me vestí con mis mejores galas y me preparé para iniciar la primera parte de mi desafortunado plan. Cuando tu amado nos presentó, tu voz fue el desencadenante de todos mis delirios y noches en vela. Verte, sonriente, al lado de la persona a la que amabas, y que esa persona no fuera yo, fue el mas arduo de los castigos. Finalmente, empezamos a vernos de una forma “casual” (y lo digo de esta manera dado que todos nuestros encuentros eran programados con anterioridad por mi retorcida mente) y yo, cada dia más y más prendado por tus encantos, fui consiguiendo tu confianza y amistad. Hablando con algunos de mis contactos en el ejercito conseguí que hicieran llamar a filas a tu querido Adrian. El frente del ejercito nunca fue un lugar seguro para un joven, por lo que la noticia de su muerte no sorprendió a nadie. Los acontecimientos avenidos con posterioridad son, sin duda, la parte más osucura de mi vida. Ver tu sufrimiento fue, inclusive, infinitamente peor que el tener que verte con otro hombre. Tu compañía era a la vez gratificante y dolorosa. Sin duda, tu gran amigo Bastian, podría calmar tus penas y ayudarte a continuar con tu vida normal. Lo que no sabias es que ese que se hacía llamar amigo tuyo y que decía que te amaba, había sido el causante de tales dolores de tu corazón. Cuando me di cuenta de que no había hecho, sino amargarte tu juvilosa existencia tomé esta determinación. Iria a dar mi vida al frente para morir de la misma forma que lo hizo tu querido Adrian y así finalmente podría descansar en paz, alejando de mi corazón todo esta pesadumbre que le poblaba. Por ello no puedo hacer otra cosa que disculparme contigo y decirte que te amé como no he podido llegar a amar a nadie en esta vida. Tengo por seguro que una misera disculpa en papel no es suficiente para paliar tu dolor, pero, muy a mi pesar, no puedo sino, aceptar este duro destino y dejarte vivir en paz.
Tuyo, siempre fiel:
Bastian Mcfield

Unas solitarias lagrimas calleron sobre el elegante papel y emborronaron la tinta. Su dulce Bastian había sido el culpable de todo. Suspiró profundamente y seguió con sus quehaceres. Ella nunca, nunca podría llegar a ser feliz.

Y no teniamos nada que perder...

Un estruendo en la pelicula que estabamos viendo hizo que pegara un salto en mi asiento. Estaba sentada a su lado. Me miró sonriente y pasó su brazo alrededor de mis hombros. Acercó cariñosamente su cara hacia la mia y me estujó contra él. La casa estaba vacía, solo para nosotros dos y yo sugerí ver una pelicula. La pelicula, elegida por él era, por supuesto, una de terror. Ambos sabiamos perfectamente que yo tenía miedo a ese tipo de peliculas y le iba a resultar muy, pero que muy fácil tenerme cada vez más cerca. Se giró para mirarme. Llegados a ese momento estabamos tan juntos que podía notar su respiración en mi oido. Me susurró al oido algunas palabras a las que no presté atención hasta que dijo “...pero sabes que te quiero más que a nada ¿Verdad?”. Me giré hacia él y estuvimos un largo rato mirandonos frente a frente. Nuestros labios estaban peligrosamente cerca. Ambos sabiamos que no era lo correcto y que seguramente acabariamos arrepintiendonos. Entonces terminó con los centímetros que separaban nuestras bocas y me besó. El sabor de sus labios contra los mios era uno de los imborrables recuerdos del pasado que nunca iba a llegar a olvidar por mucho que lo intentara. Empezamos a juguetear con nuestras lenguas, como soliamos hacer. Despacio y muy a mi pesar, fui apartandome de él, pero no me lo permitió. Me atrajo hacía si con tanta fuerza que me fue imposible apartarme. Tampoco es que quisiera hacerlo. Hasta hacía un momento pensaba que lo unico que había entre nosotros era pasión, pero al parecer él sentía algo más. Seguimos besandonos lentamente. Siempre me había encantado su forma de besar. Tan dulce y tan apasionada a la vez. Nadie podia superarle en esto. Y al ver su forma de ser y su forma de vestir, nunca te imaginarias como es su forma de besar. Lo mejor de todo era cuando se asalvajaba. Eso si que me gustaba. Y lo echaba de menos. Decidí ponerle a prueba. Metí una de mis manos por dentro de su camiseta y empezé a acariciarle el pecho. Luego me dirigí hacia la espalda y finalmente acabé acariciandole justo por la parte de arriba del principio del pantalón. Cada vez me besaba más apasionadamente. Empezó a morderme el labio de vez en cuando y a acariciarme el cuello y el pelo. Cuando ya no aguantaba más bajó sus manos hacia mi pecho y empezó a acariciarlos por encima de la camiseta. Por un momento paramos de besarnos. El hacía circulos con sus dedos sobre mi camiseta. Me apretó contra él.
-¿Sabes? No deberiamos.
-Lo se.- Contestó sonriendo.

Repartir el amor, retrasar el momento de irnos

Estaba sentada en el jardín delantero mirando a la calle espectante. Eran las once de la noche y sentia que debia irse a quitar las lentillas, ya que los ojos empezaban a molestarla. Pero nada ni nadie iba a conseguir moverla de su silla color amarillo. El viento agitaba sus cabellos rubios y su vestido a un compás poco constante. La brisa iba y venía. Junto a ella pasó un pequeño gatito negro y se paró a mirarla. Ella apenas le prestó atención. Dentro de casa se podía oir a su familia en medio de una animada cena. Pronto llegaria su madre para decirla que era hora de entrar y la arruinaria su clima de tranquilidad. Tenia puesto de fondo un disco de música calmada, lo mejor para relajarse. Y a su lado, en una mesita, estaba su móvil. Estaba esperando una contestación, por supuesto. Solo cuando estaba esperando algo lo tenia cerca y con el sonido puesto. Esta vez era importante, por lo menos a su parecer. Solo hacía dos meses que habia conocido a ese chico, pero... Era especial. Era distinto. Su forma de ser, inigualable. Con tan solo tres frases escritas por él, conseguia sonsacarla una sonrisa. Algo que muchos anelaban con ansia, él lo conseguia sin ningún esfuerzo e incluso, por messenger. Ella le había mandado un mensaje hacía ya unas horas, y él aun no había dado señales de vida. Su preocupación iba en aumento. ¿Sería que no le interesaba lo más mínimo?¿Le habría pasado algo? Todo tipo de cuestiones poblaban su cabeza y cuanto más pensaba, peor se ponian las cosas. Suspiró profundamente y decidió hacer algo que siempre la relajaba: ponerse a escribir. Relatar con sus palabras lo que la rodeaba, moldearlo, darle forma a su antojo hasta quedar satisfecha con el resultado. La espera se estaba haciendo interminable. Se preguntó a si misma a que venia tal espectación por ese chico en especial. Sus amigas opinaban que era muy “mono” pero ella veia que era algo más que eso. No era del tipo de personas que se enamoran platonicamente nada más ver a un chico. Ellos dos llevaban hablando algún tiempo. Pero ella había sido la encargada de hacer que la prestara atención. Seguramente si no hubiera empezado a hablarle, él ni siquiera se hubiera percatado de su existencia. Pero, a pesar de todo, y de no conocerle lo suficiente, tenía una extrañisimas ganas de besarle. Y de tocarle. Y de que la abrazara. Daría lo que fuera por tenerle a su lado, ver su sonrisa y hacer que ella sintiera la felicidad que siempre la inundaba cuando hablaban. Volvió a suspirar e intentó concentrarse en su escrito. Se dio cuenta de que apenas había garabateado unas palabras desacompasadas y sin sentido. De la misma manera que pensaba que era extraña la sensación de querer besarle, le parecia extraña esa senasción de añoranza que tenía hacía él. Miró al móvil. Las once y media. Y ella había mandado el mensaje a las cinco. Siguió esperando y escribiendo, con esperanza de que más tarde o más temprano, tendría noticias suyas.

Me respiras y nos gusta aunque no me lo digas

Estaba esperando a que llegara el momento preciso, tenía que ser eso. Desde mi ventana podía verle perfectamente como esperaba tras la berja de la puerta de entrada. Las cortinas eran lo suficientemente gruesas como para ver sin ser vista, por lo tanto él no podía saber que estaba allí observando. Mientras esperaba a que se decidiera a llamar a la puerta de mi casa, me di cuenta de que estaba trazando circulos sobre si mismo y que movía los labios. Desgraciadamente no podía alcanzar a escuchar lo que murmuraba. De pronto me di cuenta de que mi mirada no podía apartarse de sus labios. Eran perfectos, carnosos, y yo los echaba de menos. Fui prestando más atención a sus rasgos, sus ojos marrones que hace ya algun tiempo solian mirarme de arriba a abajo sin perder detalle de todas las partes de mi cuerpo, hasta detenerse en mi escote. Su naríz respingona y con algunas pecas dispares, y sus carnosos carrillos que siempre estaban perfeccionando su rostro, acompañados por una amplia sonrisa. Me arté de esperar y decidí ir a la cocina a beber agua. Saqué una botella de la nevera y me serví en un vaso de cristal. La espectación me había hecho olvidar la sed que tenía. Bebí más y más rápido, hasta llegar a derramar un poco de agua sobre mi escote. Entonces oí un ruido en la puerta y levanté la cabeza. Él había entrado sin llamar. Me quedé petrificada, no esperaba que las cosas sucedieran de esta manera. Se acercó a mi.
-Perdona que haya entrado así... Vi que la puerta estaba abierta y por eso entré.
-Bueno... No pasa nada, tranquilo.¿Cómo es que has venido?
-Yo... No se... Fue una decisión espontanea.
-Vaya. ¿Y los 20 minutos en la puerta también forman parte de la decisión espontanea?
-Yo... yo...
Le sonreí como sabía que le gustaba verme sonreir.
-Tranquilo, no pasa nada.
Él también sonrió por primera vez en todo el rato que llevaba dentro de la casa, y eso fue un alivio para mi, lo echaba de menos.
-Bueno, ¿Quieres beber algo?
Miró hacía abajo y sonrió más ampliamente todavia.
-Agua.
Conocía esa sonrisa. Y también conocía esa mirada de picardia. Subió la cabeza hasta parar la vista en mi escote mojado y en la botella de agua en mis manos. La dejé sobre la encimera. Él se acercó con ansia y me cogió por la cintura. Nuestros labios practicamente se rozaban y nuestras respiraciones agitadas iban al compás.
-Te he echado mucho de menos.- Me dijo volviendo a sonreir.
-Y yo a ti.
Fui lo unico que pude decir antes de que su boca se posara sobre la mia y alocadamente empezara a besarme. Empezó a desabrochar mi blusa y yo le quité la camiseta. Seguimos besandonos, bebiendonos el uno al otro. Me mordió salvajemente el labio. Empezó a besarme por el cuello, el escote, hasta que la tela del sujetador empezó a combertirse en un impedimento para sus desenvueltos besos por todo mi cuerpo. Lo intentó desabrochar, pero al ver que tardaba, puse los ojos en blanco, le aparté las manos y lo hice yo.
-No has cambiado nada ¿Eh? Al menos podias haber aprendido algo en todo este tiempo.
Se rió distraidamente mientras me quitaba del todo sujetador y empezaba a acariciarme el pecho. Empezó con salvajes mordiscos en el cuello mientras yo le pasaba los dedos por la espalda desnuda. Necesitaba tenerle más cerca, más.Le apretaba contra mi con todas mis fuerzas mientras el seguia recorriendo la parte superior de mi cuerpo con su boca. De repente paró. Le miré a los ojos. Sabía que había llegado el momento de pasar a algo más. Empezó a acariciarme las piernas, subiendo poco a poco. Ahora solo me besaba en la boca y en el cuello. Sus caricias recorrieron todo el camino de mis largas piernas hasta llegar a mi falda negra la cual, sinceramente, dejaba poco lugar a la imaginación. La desabrochó rápidamente y me la quitó. Yo le desabroché el cinturón del pantalón y luego los botones. Él también se quitó el pantalón. Nos quedamos en ropa interior sobre el sofá del salón y nos miramos con una sonrisa. A partir de ahí todo era posible. Todo. Aunque, desgraciadamente, solo por una noche. O quizá no.

Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos

Estaba anocheciendo y el cielo estaba de un extraño tono rojizo. A lo lejos pude apreciar las sombras que proyectaba el muelle. Y entre esas sombras, la figura de un chico de más o menos mi edad. Apreté el paso al darme cuenta de que me estaba retrasando demasiado. Llegué junto a él unos minutos después. Estaba esperandome espectante. Llevaba puesto unos pantalones de color gris, una camisa blanca remangada hasta los codos y unos tirantes azules. Tampoco necesitaba nada más. Yo me había puesto uno de mis vestidos favoritos. Era blanco, con un borde de color amarillo en el cuello y en la parte de abajo. También había elegido uno de mis sombreros más preciados, ya que me lo había regalado mi padre, que había muerto hacía dos años. Era de ala ancha, y hecho de paja. El chico me miró espectante al darse cuenta de que no me acercaba. Tenía entre las manos una soga atada a un pequeño bote que estaba amarrado al muelle. Di un paso hacía delante. Él me miró con una sonrisa en los labios y me tendió la mano. “Lo siento” murmuré. Retiró la mano. Me miró interrogante. “No puedo”. Suspiró. “No puedo”, repetí. “Ven” me dijo volviendo a tenderme la mano. “Lo siento”, volví a murmurar. Me acerqué con paso seguro a él. Sonrió al ver que me había dado por vencida. No sabia lo equivocado que estaba. Le abracé con fuerza y me devolvió el abrazo. Abrí la boca y dejé ver mis afilados colmillos.Un segundo despues se los estaba clavando en la suave carne de su cuello. Mi sombreró se calló hacia atrás por culpa del viento. Succioné toda la sangre que su joven cuerpo contenía y luego le solté. Cayó al suelo como una frágil marioneta. Me alejé del embarcadero cogiendo mi sombrero al pasar. Suspiré. Ya se lo había dicho, lo sentía.

sábado, 18 de julio de 2009

Sentimientos reciprocos, todo sumido en el caos.

Todo esto se estaba convirtiendo en el mayor problema de mi existencia. Mi vida flaqueaba por todos lados y los disgustos colmaban un vaso lleno de hacía mucho tiempo. Dos meses. Nada para algunos, un mundo para otros. Cuatro meses. Aun más todavía. Pero puestos a hablar de tiempo, empezé a pensar en el transcurso de los últimos meses y de como habían acontecido las cosas desde ese dia. Mi comportamiento había cambiado radicalmente. ¿El suyo? Algo. No mucho, pero si se notaban ciertas diferencias. ¿Para bien? Eso habria que comprobarlo. El empeño de los demás por demostrar la certeza de su "encaprichamiento" estaba llegando a tornarse molesto. ¿Mis respuestas? No, no digas eso. No, no puede ser. ¿Mis sentimientos? Dudas, miedo y sobre todo incentidumbre e impaciencia. Debian pasar dias, meses, hasta volver a saber. Hasta tener algun tipo de señal o indicio de la respuesta a todas las incognitas que poblaban mi cabeza. Me levanté de la cama y me deshice del camisón con un rápido movimiento hasta quedarme en ropa interior. Hacía demasiado calor. Fui a la cocina y bebí un vaso de agua. Volví a mi habitación. Me senté en el escritorio y empecé a garabatear en un cuaderno pequeño con un rotulador morado. Mi cabeza iba de una imagen a otra. Sin quererlo recordé algunos momentos nuestros, solo nuestros. Besos robados cuando él se despistaba, caricias en un banco, dulces animalitos de gominola compartidos entre nuestras bocas o miradas furtivas cuando estabamos con mis amigos. Momentos que nunca se iban a poder retirar de mi cabeza. Me di cuenta de que era el momento de hacer algo, que todo estaba pasando otra vez. Me levanté y fui a la cocina de nuevo. Tenía hambre asique empecé a rebuscar en la nevera. Cogí un plato con cerezas y volví a la habitación. Me acerqué a la mesa de estudio y al cuaderno. En una de las esquinas me encontré garabateadas unas palabras, que eran de lo poco legible de toda la hoja. "Podrias hacer algo por volver".

martes, 7 de julio de 2009

Mejor soñar, perder la cabeza.

Estaba agotada y la cabeza me iba a estallar. Entré en mi habitación y me quité la ropa lentamente y con pereza. Me quedé en ropa interior y rebusqué en los cajones algo comodo que ponerme. Encontré una camiseta vieja que me quedaba grande. La agarré y cerré el cajón. Me la fui poniendo mientras andaba hacía la cocina. Abrí uno de los armarios y saqué un vaso de cristal. Lo llené de agua fria y me lo bebí de un trago. Sonó el telefono. Fui hacía el salón buscandole. Al pasar junto a la mesa, me arañé la pierna desnuda con uno de los picos y maldijé por lo bajo. Cogí el telefono. No contestaron. Puse los ojos en blanco. Me senté y miré el arañazo. Apenas sangraba asique soplé. Empezó a escocerme. Fui al botiquín y me puse una tirita de colores. Que alegria. Y yo que me iba a poner falda. Suspiré. La casa estaba en penumbra, ya que empezaba a anochecer. Me dirigí a mi habitación. Apenas lleguaba un solo rayo de sol, pero no encendí la luz. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Todo lo que estaba ocurriendo últimamente a mi alrededor era demasiado para mi. Bueno, quizá no demasiado, pero estaba ocurriendo muy rápido para mi gusto. Muy, muy rápido. Volví a suspirar. En ese momento tuve una idea. Fui a la cocina y elegí las tijeras que más cortaban. Fui al baño. Me hize una coleta que recogía todo mi pelo castaño a excepción de dos largos mechones sueltos por delante. Agaré con firmeza las tijeras, concienciandome de lo que iba a hacer. Cerré los ojos. Había tomado una decisión. Abrí las tijeras y me corté la coleta. Todo el pelo se soltó de golpe, infinitamente mas corto ahora. Igualé un poco los mechones mas largos de la parte de delante y me miré al espejo. El corte me sentaba realmente bien, me disimulaba un poco mi cara alargada. Sonreí a mi reflejo. Fui deprisa a la habitación y empezé a rebuscar en mi armario. Encontré un vestido muy corto y con escote. Perfecto. Me vestí rápidamente, me pinté un poco y me calcé unos tacones. Cogí mi móvil y mi bolso y me miré al espejo. Estaba realmente preciosa. Me arreglé un poco el flequillo y sonreí. Genial. Abrí la puerta y salí de casa. En el portal, esperando el ascensor, me di cuenta de que aun llevaba la tirita de dibujitos. Sonreí de nuevo. Entré en el ascensor sonriendo. En cuanto bajé, marqué en el movil el número de mi mejor amiga. La dije que esa noche saliamos si o si. Era sabado por la noche. Yo tenia 17 años y toda una vida por delante. Los problemas debian quedarse en un segundo plano, al menos, esa noche. Queria vivir y disfrutarlo. Me alejé por mi calle oyendo el claqueteo de mis tacones y la animación de la gente que salía. Nada de problemas. Por lo menos por una noche podía ser completamente feliz.

miércoles, 1 de julio de 2009

Today is full of promises for tomorrow.

Vivir es como una aventura. Eso se suele decir mucho pero nunca nos paramos a pensar en ello a fondo. La vida, toda ella, es un circuito de obstaculos. Hay algunos que son fáciles de sortear pero otros no tanto. Hay partes de ese circuito en las que nos sentimos muy bien, extrañamente bien. Pero ese tipo de momentos no duran para siempre. Hay veces que creemos sentirnos bien, pero esa felicidad es ficticia. Por eso cuando esos momentos se acaban nos damos cuenta de esa ficción e intentamos empezar de nuevo, acarreando los errores del pasado. Esos errores estarán siempre ahí. Podemos intentar olvidarlos, esconderlos tras un muro en nuestro corazón pero nunca los conseguiremos borrar. La felicidad ficticia de esos mometos del pasado puede llegar incluso a tornarse dolorosa, dado que todo es mentira. Cuando el dolor pasa, siempre sentimos un vacío. Un vacío que seguramente no se llenará en mucho tiempo. Eso es si se generaliza pero no hay dos vidas iguales. Existen vidas encontradas, vidas destinadas, vidas paralelas pero no hay dos vidas iguales. Pueden ser parecidas pero no iguales. En definitiva lo que esto nos indica es que todo acaba pasando. Hay una canción en la que dicen que el amor verdadero es tan solo el primero. Si te paras a pensar en eso... quizá sea verdad. Pero, claro está, solo se cumplirá si estas verdaderamente enamorado. Toda nuestra vida es un gran cúmulo de sentimientos y acciones que se suceden uno detras de otro en un periodo de tiempo. La teoria es fácil. Ya solo queda la practica.