lunes, 28 de junio de 2010

Lucky you.

El otro día me puse a compartir impresiones con una Ninfa, contandole mis penas. Me dijo, muy bajito, que de todo esto no podia tener la culpa el señor Destino, sino la señorita Suerte, que andaba graciosa últimamente.
Resulta que esa Ninfa tenía razón. La Suerte no me quiere nada.

sábado, 19 de junio de 2010

Hope.

Había una vez un chico, guapo, listo y fuerte. Este chico se llamaba Prometeo. Prometeo tenía un hermano, Epimeteo, que también era guapo, listo y fuerte. Prometeo nos contó a nosotros, los humanos, un secreto que los Dioses habían guardado durante mucho tiempo. Éstos, al enterarse de que todo él mundo conocía la formula para crear fuego, decidieron castigarle, y lo hicieron por medio de su hermano. Zeus mandó crear una chica preciosa. En este trabajo participaron todos los Dioses del Olimpo, cada uno dandole una virtud y un defecto.La llamaron Pandora. Cuando estuvo terminada se la entregaron a Epimeteo como regalo, junto con una caja tallada. Le dijeron que cuidara de Pandora y de la caja, pero que no podía abrir nunca jamás, o algo muy malo sucedería. Una mañana Epimeteo tuvo que salir de casa. Antes de irse le dijo a Pandora: "No toques la caja. No la abras bajo ninguna circunstancia. Volveré enseguida." En un principio, Pandora, intentó alejarse de la habitación, pero, dado que uno de sus defectos era el de la curiosidad, no pudo aguantar la tentación. Agarró la caja con ambas manos y la abrió. En ese momento, todos los males del mundo fueron liberados. Pandora al darse cuenta del error que habia cometido cerró la caja rápidamente, dejando en su interior solo la esperanza.

Por eso decimos que la esperanza es lo último que se pierde.

jueves, 17 de junio de 2010

Never fade away.

La música se colaba por los resquicios de los ventanales del estadio. Teloneros y pruebas de sonido. Nada importante. Tenia la entrada en la mano, esperando a que le llegara su turno. Llevaba muchas horas en una cola esperando para conseguir buen sitio. La empujaron por detrás. Un hombre abrió la barrera. Esto es la guerra. Pegó codazos y empujones, agarrando el trozo de papel amarillo como su mayor tesoro. Se colocó delante de una chica vestida de negro, que se quejó al ver que se le habian colado. Pasó la barrera de los hombres de amarillo. Bien. Corrió como no había corrido en su vida para entrar a la pista. Vió luces y mucha, mucha gente. Llegó rápidamente a la valla, se agarró a ella. De ahí no la movía nadie. Quince minutos. Prueba de sonido terminada. El estado se llenó. Se apagaron las luces. Un extraño murmullo llenaba el ambiente. Se encienden las pantallas. La guitarra empieza a sonar. Un foco tras otro van iluminando el estrafalario escenario. Y entonces sale él en medio de todo el humo. Las notas se entrelazan para llegar a sus oidos. Empieza a cantar a pleno pulmón, con ganas de que la oigan todos a su alrededor. Salta y baila como si se le fuera la vida en ello. Sin querer le da un codazo a alguien que sigue el concierto detrás de ella. Se gira.
-Perdona.
-Nada, nada. -Es un chico. La sonrie.- ¿Te llamas..?
-Marina.- Grita con todas sus fuerzas. Casi no se oyen.- ¿Y tú?
-Oscar.- Contesta. La mira con unos preciosos ojos marrones.
Oscar. Marina. Su libro favorito. Sonrie.
-Encantada.

sábado, 12 de junio de 2010

We are all on drugs.

Anoche estuve de fiesta. Madrid de noche. ¿Sabes? Me habria encantado que vinieras conmigo. En la pista, en medio de toda la gente, no hay espacio ni para respirar. Pero seguro que habriamos tenido espacio para respirarnos. Habriamos bailado muy, muy juntos. Tus manos en mi cintura. Mis manos alrededor de tu cuello. Poco a poco y sin que te dieras cuenta, te llevaría hasta una esquina. Un enorme pilar podria escondernos del bullicio que nos redea. Nuestros labios cada vez más cerca. Tu sonrisa trantando de atontarme. Y encima, vas y lo consigues. Consigues pegarme a la pared. Me besas. Un beso de esos tuyos. Sabes a una mezcla de alcohol y humo del ambiente. Con un regustillo a ti. Una noche entera para comerte entero.

viernes, 11 de junio de 2010

Tremendamente dulce.

Hacía un tiempo asqueroso para ser Junio. Charcos por todas partes. Y mi paraguas en casa. Bien. Miré alrededor para cruzar la calle. Me tocaba comprar el pan. Así podría llevarles unos bollos a mis abuelos. Entré en la panadería. Un hombre mayor situado detrás del mostrador sonrió al verme entrar.
-¡Oh, pero mira quién está aquí! Pero mi niña, que preciosa estás. ¡Y cuanto has crecido! Me acuerdo de cuando venías con tu abuelito a comprar la merienda. ¡Así eras, así!- Puso la mano a medio metro del suelo- Y ahora mirate, toda una mujer. ¿Los estudios bien?
-Si, muy bien gracias- Le devolví la sonrisa con ganas. Ese señor siempre me había caido bien. Era amable con todo el mundo y cuando era pequeña, me regalaba chicles.
-Bueno, bonita. ¿Qué quieres que te ponga hoy?
-Pues, una barra, una bolsa de croisants pequeñitos y una palmerita de chocolate.
El panadero se agachó y empezó a recopilar lo que había pedido en una bolsa de plastico. Miró a ambos lados y, sacando la cabeza de debajo de la encimera gritó:
-¡Jaime, sacame una caja de croisants!
Medio minuto después, un chico alto, de espalda ancha y moreno salía de la trastienda con una enorme caja de bollos. Llevaba puesta una sudadera gris y unos vaqueros descoloridos.
-¿Te acuerdas de Jaime? Soliais jugar juntos en el parque de aquí al lado.
-No, no me acuerdo.- Le pegué todo un repaso de arriba a abajo.- No me acuerdo.
Me sonrió timidamente y volvió a meterse. Mientras su padre me preparaba las cosas me giré para elegir algunas gominolas. Llené un platito entero de fresas, mis favoritas. Las puse sobre el mostrador y sonreí. Vi como Jaime volvia a meterse dentro, después de cuchichear con su padre.
-Pues aquí lo tienes todo, preciosa.- Le di lo que le debía.- Muchas gracias.
-Una cosa... ¿podría darle esto a su hijo de mi parte?-Saqué uno de mis cuadernos y escribí mi direccion de email y mi móvil en un trozo de papel.
-Claro, claro.- Vi como ocultaba una sonrisa.
-Muchísimas gracias por todo.
-Igualmente.
Salí de la tienda. Corrí hacia mi casa, sin remedio. Me empapé en el trayecto. Abrí la puerta y entré. Me quité toda la ropa mojada y en ropa interior fui a la cocina. Abrí la bolsa y cogí las gominolas. Al sacarlas se cayó un papel amarillo. Lo recogí y lo leí. Un número de telefono y un nombre: "Jaime". Sonreí. De repente sonó mi móvil. Un mensaje.

sábado, 5 de junio de 2010

Tempus fugit.

Haz una locura. Córtate el pelo y fúgate de casa. Hazte un piercing o un tatuaje. O ambos. Súbete a una moto y date una vuelta por el centro. Cómprate ropa ajustada y provocativa. Ponte el iPod a todo volumen y canta a pleno pulmón por la calle. Sonrie por nada y haz sonreir a los demás por menos. Grita cuando estés estresada, ponte unos tacones y vete de fiesta. Llega a las tantas de la mañana, desobedece. Busca un chico guapo y lanzate. Enamorate de él, poco a poco. Acuestate con el en la cama de tus padres. Déjate querer.
Pero sobre todo, vive. El tiempo se acaba.

miércoles, 2 de junio de 2010

Un detalle muy generoso por tu parte.

El cielo de Estocolmo estaba gris esa mañana. Gris... perla para ser más exactos. Debería estar estudiando, ¿no?. Bah, otro día. Volvió a centrar su atención en la ventana. Siempre le había gustado esa cuidad. Menos por una cosa. No tenian cerezas.
Dos años antes.
Belinda se acercó el frutero. Apoyó los codos en la encimera de la cocina y le sonrió. Esa sonrisa que tanto le gusta. Alargó la mano y cogió una de las cerezas por el rabo. Se la llevó a los labios y la mordió. Un líquido color granate resbaló por su comisura. Se lo quitó sensualmente con la lengua.
-¿Sabes? Las cerezas son mi fruta favorita.
Él la miró. ¿Entre deseo y curiosidad? Si, esa era la mirada.
-Que pasa, Carlos. ¿No quieres?- Le tendió el bol.
-Quiero otra cosa, y lo sabes.
Rodeó el mueble y se puso a su lado. Podía oler su perfume. Su melena negra le caia por la espalda, lisa y muy oscura. Ella dió un paso hacia atrás.
-¿Qué pretendes?- Le sonrió. Colocó la mano sobre la encimera. A su lado había un filete de ternera crudo puesto sobre una tabla de madera. Junto a él, un enorme cuchillo de carnicero. Acarició el mango.
-Me vas a decir que no te apetece.
-¿El qué? Oh, venga, no te andes con evasivas. Sabes que a mi eso no me gusta.
Se acercó más a ella. Sus labios estaban separados por algunos centimetros. Peligrosamente cerca.
-Quiero follarte, Belinda.- Fue casi un susurro. Ella sonrió. Él la besó con ansia. Ella agarró el cuchillo. Él la atrajo hacia sí poniendole la mano en la espalda. Ella le empujó hacia atrás. Le enseño el cuchillo. Sonrió. Le brillaban los ojos. Una puñalada en el estomago. Sacó el cuchillo ensangrentado. Una puñalada en el hombro. Volvió a sacarlo. Otra en el pecho. Le empujó de nuevo y se desplomó.
-Lo siento, no me apetece.
Se acercó la punta ensangrentada del cuchillo a la lengua. La sangre estaba caliente. Y deliciosa. Cogió un trapo. Limpió todo el acusador líquido rojo de la hoja. Miró al suelo, puso cara de preocupació.
-Ahora mancharás todas las baldosas, idiota.

Si, definitivamente, en Estocolmo lo único que faltan son las cerezas.